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Divendres, 22 Novembre 2024

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El viejo topo Amenaza de guerra nuclear

Amenaza de guerra nuclear

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Si no fuera por la personalidad del firmante, Presidente honorario del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia, podría pensarse que estamos ante una boutade, una ocurrencia sin visos de ocurrir en la realidad. Pero atiéndase al argumento, que probablemente recoge una corriente de opinión tal vez hoy minoritaria, pero que puede crecer según se desarrollen los acontecimientos. La idea, un punto mesiánica, de que la utilización del arma nuclear contra los países europeos podría salvar a la Humanidad de una catástrofe irreparable, puede abrirse paso en Rusia si se siente acorralada.

Nuestro país, y sus dirigentes, me parece que se enfrentan a una difícil elección. Cada vez está más claro que nuestro enfrentamiento con Occidente no terminará ni siquiera si logramos una victoria parcial –por no decir aplastante– en Ucrania.

Incluso si liberamos completamente las regiones de Donetsk, Lugansk, Zaporozhya y Jerson, será una victoria mínima. Un éxito ligeramente mayor sería liberar todo el este y el sur de Ucrania en uno o dos años. Pero seguiría dejando parte del país con una población ultranacionalista aún más amargada y repleta de armas, una herida sangrante que amenaza con complicaciones inevitables, como otra guerra.

La situación podría ser peor si liberamos toda Ucrania a costa de sacrificios monstruosos y nos quedamos con ruinas y una población que nos odia mayoritariamente. Haría falta más de una década para «reeducarlos».

Cualquiera de estas opciones, especialmente la última, distraerá a Rusia del tan necesario desplazamiento de su centro espiritual, económico, militar y político hacia el este de Eurasia. Nos quedaremos atascados con un exagerado enfoque en Occidente. Y los territorios de la actual Ucrania, especialmente los centrales y occidentales, necesitarán recursos, tanto humanos como financieros. Estas regiones estaban muy subvencionadas incluso en la época soviética. Mientras tanto, continuará la hostilidad de Occidente, que apoyará una guerra civil de guerrillas de combustión lenta.

Una opción más atractiva es la liberación y reunificación del este y el sur, y la imposición de la capitulación a los restos de Ucrania con una desmilitarización completa, creando un Estado amigo y tapón.

Pero tal resultado sólo sería posible si somos capaces de romper la voluntad de Occidente de apoyar a la junta de Kiev y utilizarla contra nosotros, forzando al bloque liderado por Estados Unidos a una retirada estratégica.

Y aquí llego a una cuestión crucial pero apenas discutida. La causa principal de la crisis ucraniana, así como de muchos otros conflictos en el mundo, y del aumento general de las amenazas militares, es el fracaso acelerado de las élites gobernantes occidentales contemporáneas.

Esta crisis va acompañada de un rápido cambio sin precedentes en el equilibrio de poder en el mundo a favor de la mayoría global, impulsada económicamente por China y en parte por la India, con Rusia como ancla militar y estratégica. Este debilitamiento no sólo enfurece a las élites imperiales cosmopolitas (el presidente estadounidense Joe Biden y los de su calaña), sino que también asusta a las élites imperiales nacionales (como su predecesor Donald Trump). Occidente está perdiendo la ventaja que ha tenido durante cinco siglos para desviar la riqueza del mundo entero imponiendo su orden político y económico y estableciendo su dominio cultural, principalmente por la fuerza bruta. Así pues, no hay un final rápido para la confrontación defensiva, pero agresiva, que ha desatado Occidente.

Este colapso moral, político y económico lleva gestándose desde mediados de la década de 1960, se interrumpió con el colapso de la URSS, pero se reanudó con renovado vigor en la década de 2000 (las derrotas de los estadounidenses y sus aliados en Irak y Afganistán, y la crisis del modelo económico occidental en 2008 fueron hitos).

Para frenar este cambio sísmico, Occidente se ha consolidado temporalmente. Estados Unidos ha convertido a Ucrania en un saco de boxeo para atar las manos de Rusia, el eje político-militar de un mundo no occidental liberado de los grilletes del neocolonialismo. Idealmente, por supuesto, a los estadounidenses les gustaría simplemente hacer estallar nuestro país y así debilitar radicalmente a la superpotencia alternativa emergente, China. Nosotros, bien por no darnos cuenta de la inevitabilidad del choque, bien por atesorar nuestras fuerzas, hemos tardado en actuar preventivamente. Además, de acuerdo con el pensamiento político y militar moderno, principalmente occidental, nos precipitamos al elevar el umbral para el uso de armas nucleares, fuimos imprecisos al evaluar la situación en Ucrania y no acertamos del todo al lanzar la actual operación militar.

Al fracasar internamente, las élites occidentales han alimentado activamente las malas hierbas que han echado raíces en el suelo de 70 años de prosperidad, saciedad y paz. Se trata de ideologías antihumanas: la negación de la familia, de la patria, de la historia, del amor entre hombres y mujeres, de la fe, del servicio a ideales superiores, de todo lo que es humano. Su filosofía consiste en eliminar a los que se resisten. El objetivo es castrar a la gente para reducir su capacidad de resistir al capitalismo «globalista» moderno, que es cada vez más obviamente injusto y perjudicial para el hombre y la humanidad.

Mientras tanto, un debilitado EEUU está destruyendo Europa Occidental y otros países dependientes de él, tratando de empujarlos a una confrontación que seguirá a Ucrania. Las élites de la mayoría de estos países han perdido el norte y, presas del pánico por la crisis de sus propias posiciones en casa y en el extranjero, están llevando obedientemente a sus países al matadero. Al mismo tiempo, debido a un mayor fracaso, a una sensación de impotencia, a siglos de rusofobia, a la degradación intelectual y a la pérdida de cultura estratégica, su odio es casi más intenso que el de Estados Unidos.

Así, la trayectoria de la mayoría de los países occidentales apunta claramente hacia un nuevo fascismo, que podría denominarse totalitarismo «liberal». En el futuro, y esto es lo más importante, esto sólo irá a peor. Las treguas son posibles, pero la reconciliación no. La ira y la desesperación seguirán creciendo en oleadas y oleadas. Este vector del movimiento occidental es una clara señal de la deriva hacia el estallido de la Tercera Guerra Mundial. Ya ha comenzado y podría estallar en una conflagración en toda regla, bien por accidente, bien debido a la creciente incompetencia e irresponsabilidad de los círculos dirigentes de Occidente.

La introducción de la inteligencia artificial y la robotización de la guerra aumentan el riesgo de una escalada involuntaria. Las máquinas pueden actuar fuera del control de las confundidas élites. La situación se ve agravada por el «parasitismo estratégico»: en 75 años de relativa paz, la gente ha olvidado los horrores de la guerra, ha dejado de temer incluso a las armas nucleares. En todas partes, pero especialmente en Occidente, el instinto de autoconservación se ha debilitado.

He pasado muchos años estudiando la historia de la estrategia nuclear y he llegado a una conclusión inequívoca, aunque no científica. La aparición de las armas nucleares es el resultado de la intervención del Todopoderoso, que, horrorizado de que la humanidad hubiera desencadenado dos guerras mundiales en una generación, que costaron decenas de millones de vidas, nos dio las armas del Armagedón para mostrar a quienes habían perdido el miedo al infierno que éste existía. Sobre ese miedo descansaba la relativa paz de los últimos tres cuartos de siglo.

Pero ahora ese miedo ha desaparecido. Está ocurriendo lo impensable en términos de nociones previas de disuasión nuclear: un grupo de élites gobernantes, en un arrebato de rabia desesperada, ha desatado una guerra a gran escala en los bajos fondos de una superpotencia nuclear. Hay que restaurar el miedo a la escalada atómica. De lo contrario, la humanidad está condenada.

No es sólo, y ni siquiera tanto, cómo será el futuro orden mundial lo que se está decidiendo ahora mismo en los campos de Ucrania. Sino más bien si el mundo al que estamos acostumbrados se conservará en absoluto, o si todo lo que quedará serán ruinas radiactivas, envenenando a los restos de la humanidad.

Rompiendo la voluntad de Occidente al imponer su agresión, no sólo nos salvaremos a nosotros mismos y liberaremos por fin al mundo del yugo occidental de cinco siglos, sino que también salvaremos a toda la humanidad. Empujando a Occidente hacia la catarsis y el abandono de la hegemonía de sus élites, le obligaremos a retroceder ante una catástrofe mundial. La humanidad tendrá una nueva oportunidad de desarrollarse.

Solución propuesta

Por supuesto, queda una ardua lucha por delante. También es necesario resolver nuestros propios problemas internos: deshacernos por fin de la mentalidad occidentalocéntrica y de los occidentalizadores de la clase administrativa. Especialmente los «compradores» y su peculiar forma de pensar. Por supuesto, en este ámbito, el bloque de la OTAN nos está ayudando, sin saberlo.

Nuestro viaje de 300 años por Europa nos ha dado muchas lecciones útiles y nos ha ayudado a formar nuestra gran cultura. Apreciemos nuestra herencia europea. Pero es hora de volver a casa, a nosotros mismos. Empecemos, con el bagaje que hemos acumulado, a vivir a nuestra manera. Nuestros amigos del Ministerio de Asuntos Exteriores han hecho recientemente un verdadero avance al referirse a Rusia como un Estado de civilización en su concepto de política exterior. Yo añadiría: una civilización de civilizaciones, abierta tanto al Norte como al Sur, al Oeste como al Este. Ahora la dirección principal del desarrollo es hacia el Sur, hacia el Norte y, sobre todo, hacia el Este.

El enfrentamiento con Occidente en Ucrania, acabe como acabe, no debe distraernos del movimiento estratégico interno –espiritual, cultural, económico, político y militar– hacia los Urales, Siberia y el Océano Pacífico. Es necesaria una nueva estrategia uralo-siberiana, que incluya varios poderosos proyectos de elevación espiritual, incluida, por supuesto, la creación de una tercera capital en Siberia. Este movimiento debería formar parte de la tan necesaria formulación del «sueño ruso», la imagen de la Rusia y el mundo a los que se aspira.

He escrito a menudo, y no soy el único, que los grandes Estados sin una gran idea dejan de ser tales o simplemente desaparecen en el vacío. La historia está plagada de tumbas de potencias que perdieron el rumbo. Esta idea debe crearse desde arriba y no depender, como hacen los tontos o los perezosos, de lo que venga de abajo. Debe corresponder a los valores y aspiraciones más profundos del pueblo y, sobre todo, debe hacernos avanzar a todos. Pero es responsabilidad de la élite y de los dirigentes del país formularla. El retraso en plantear esa visión es inaceptablemente largo.

Pero para que el futuro se haga realidad, hay que vencer la resistencia de las fuerzas del pasado, es decir, Occidente. Si esto no se logra, es casi seguro que habrá una guerra mundial a gran escala. Que probablemente será la última de este tipo.

Y aquí llego a la parte más difícil de este artículo. Podemos seguir luchando durante uno o dos años más, o incluso tres, sacrificando a miles y miles de nuestros mejores hombres y triturando a cientos de miles más que tienen la desgracia de caer en la trágica trampa histórica de lo que ahora se llama Ucrania. Pero esta operación militar no puede terminar en una victoria decisiva sin forzar a Occidente a una retirada estratégica o incluso a la capitulación. Debemos obligar a Occidente a abandonar sus intentos de hacer retroceder la historia, a abandonar sus intentos de dominación global, y obligarle a enfrentarse a sus propios problemas, a gestionar su actual crisis multifacética. Por decirlo crudamente, es necesario que Occidente simplemente «se vaya a la mierda» y ponga fin a su injerencia en la dirección de Rusia y del resto del mundo.

Sin embargo, para que esto ocurra, las élites occidentales deben redescubrir su propio sentido perdido de la autoconservación comprendiendo que los intentos de desgastar a Rusia jugando con los ucranianos en su contra son contraproducentes para el propio Occidente. Hay que restaurar la credibilidad de la disuasión nuclear rebajando el umbral inaceptablemente alto para el uso de armas atómicas y subiendo con cautela pero con rapidez por la escalera de la disuasiónescalada.

Ya se han dado los primeros pasos mediante declaraciones en este sentido del presidente y otros dirigentes, comenzando a desplegar armas nucleares y sus vectores en Bielorrusia, y aumentando la eficacia de combate de las fuerzas estratégicas de disuasión. Hay bastantes peldaños en esta escalera. Yo cuento unas dos docenas. Se podría llegar incluso a advertir a nuestros compatriotas y a todas las personas de buena voluntad sobre la necesidad de abandonar sus hogares cerca de los objetos de posibles ataques nucleares en los países que apoyan directamente al régimen de Kiev. El enemigo debe saber que estamos dispuestos a lanzar un ataque preventivo de represalia en respuesta a su agresión actual y pasada para evitar un deslizamiento hacia una guerra termonuclear global.

A menudo he dicho y escrito que con la estrategia correcta de disuasión e incluso de uso, se puede minimizar el riesgo de un ataque de «represalia» nuclear o de otro tipo en nuestro territorio. Sólo si hay un loco en la Casa Blanca que además odie a su propio país, Estados Unidos decidirá atacar en «defensa» de los europeos e invitar a represalias sacrificando una hipotética Boston por una Poznan. Los estadounidenses y los europeos occidentales son muy conscientes de ello, sólo que prefieren no pensar en ello. Nosotros también hemos contribuido a esta imprudencia con nuestras declaraciones pacifistas. Habiendo estudiado la historia de la estrategia nuclear estadounidense, sé que después de que la URSS adquiriera una capacidad de represalia nuclear creíble, Washington nunca se planteó seriamente el uso de armas nucleares en territorio soviético, aunque públicamente fuera de farol. Cuando se consideraron las armas nucleares, fue sólo contra el «avance» de las fuerzas soviéticas en Europa Occidental. Sé que los difuntos cancilleres Helmut Kohl y Helmut Schmidt huyeron a sus búnkeres en cuanto surgió la cuestión de tal uso en un ejercicio. El movimiento hacia abajo en la escala de contención-escalada debería ser bastante rápido. Dado el rumbo actual de Occidente –y la degradación de la mayoría de sus élites– cada decisión sucesiva que toma es más incompetente e ideológicamente velada que la anterior. Y, hoy por hoy, no podemos esperar que estas élites sean sustituidas por otras más responsables y razonables. Esto sólo ocurrirá tras una catarsis que conduzca al abandono de muchas ambiciones.

No podemos repetir el «escenario ucraniano». Durante un cuarto de siglo no se nos escuchó cuando advertimos de que la ampliación de la OTAN conduciría a la guerra; intentamos retrasarla, «negociar». Como resultado, acabamos en un grave conflicto armado. Ahora el precio de la indecisión es un orden de magnitud más alto de lo que habría sido antes.

Pero, ¿y si los actuales dirigentes occidentales se niegan a dar marcha atrás? ¿Quizá han perdido todo sentido de la autoconservación? Entonces tendremos que golpear a un grupo de objetivos en varios países para que los que han perdido el juicio vuelvan a entrar en razón.

Es una elección moralmente aterradora: estaríamos utilizando el arma de Dios y condenándonos a una gran pérdida espiritual. Pero si no se hace, no sólo puede perecer Rusia, sino que lo más probable es que acabe toda la civilización humana.

Tendremos que tomar esta decisión nosotros mismos. Incluso los amigos y simpatizantes no la apoyarán al principio. Si yo fuera chino, no querría un final abrupto y decisivo del conflicto, porque hará retroceder a las fuerzas estadounidenses y les permitirá reunir fuerzas para una batalla decisiva, ya sea directamente o, en la mejor tradición de Sun Tzu, obligando al enemigo a retirarse sin luchar. Como chino, también me opondría al uso de armas nucleares porque llevar la confrontación al nivel nuclear significa desplazarse a una zona en la que mi país todavía es débil.

Además, la acción decisiva no concuerda con la filosofía de la política exterior china, que hace hincapié en los factores económicos (con la acumulación de poder militar) y evita la confrontación directa. Yo apoyaría a un aliado proporcionándole cobertura en la retaguardia, pero iría a sus espaldas y no entraría en la refriega. (En este caso, tal vez no entienda lo bastante bien esta filosofía y esté atribuyendo a mis amigos chinos motivos que no son los suyos). Si Rusia utiliza armas nucleares, Pekín lo condenaría. Pero los corazones chinos también se regocijarían al saber que la reputación y la posición de Estados Unidos han recibido un duro golpe.

¿Cómo reaccionaríamos si (¡Dios no lo quiera!) Pakistán atacara a India, o viceversa? Estaríamos horrorizados. Molestos porque se ha roto el tabú nuclear. Entonces ayudemos a las víctimas y cambiemos nuestra doctrina nuclear en consecuencia. Para India y otros países de la mayoría mundial, incluidos los Estados con armas nucleares (Pakistán, Israel), el uso de armas nucleares es inaceptable, tanto por razones morales como geoestratégicas. Si se utilizan «con éxito», el tabú nuclear –la noción de que tales armas no deben utilizarse nunca y que su uso es una vía directa al Armagedón nuclear– quedará devaluado. Es poco probable que ganemos apoyo rápidamente, aunque muchos en el Sur Global sentirían satisfacción por la derrota de sus antiguos opresores que les saquearon, llevaron a cabo genocidios e impusieron una cultura ajena.

Pero, al final, no se juzga a los vencedores. Y a los salvadores se les da las gracias. La cultura política europea occidental no recuerda, pero el resto del mundo sí (y con gratitud) cómo ayudamos a los chinos a liberarse de la brutal ocupación japonesa, y a muchas colonias occidentales a deshacerse del yugo colonial.

Por supuesto, si no nos entienden a la primera, tendrán más incentivos para educarse a sí mismos. Aún así, es muy probable que podamos ganar, y centrar las mentes de estados enemigos sin medidas extremas, y obligarlos a retirarse. Y después de unos años, tomamos una posición como la retaguardia de China, como lo está haciendo ahora para nosotros, apoyándola en su lucha con los EE.UU. Entonces esta lucha podrá evitarse sin una gran guerra. Y ganaremos juntos por el bien de todos, incluidos los pueblos de los países occidentales.

En ese momento, Rusia y el resto de la humanidad pasarán a través de todas las espinas y traumas hacia el futuro, que veo brillante –multipolar, multicultural, multicolor– y que dará a los países y pueblos la oportunidad de construir sus propios destinos además del común, que debería unir a todo el mundo.

Fuente: https://swentr.site/russia/578042-russia-nuclear-weapons/

Libros relacionados:

  Un mundo sin guerras. Domenico Losurdo 

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