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Divendres, 22 Novembre 2024

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En Chatila, cerca de Beirut, un cementerio de militantes

Aquí yace la Internacional Palestina

Desde mediados de la década de 1960, el Cementerio de los Mártires de la Revolución, cerca del campo de refugiados palestinos de Chatila, en Beirut, alberga los restos de figuras nacionales palestinas y de militantes internacionales que acudieron en ayuda de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

por Nicolas Dot-Pouillard y Pierre Tonachella, agosto de 2022
Publicado en el diario digital Le Monde Diplomatique en español.
 
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MARC RUDIN. – Un État est né (‘Nace un Estado’), cartel del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), 1988

El Cementerio de los Mártires de la Revolución –este es su apelativo oficial– es un trocito de Palestina en medio del Líbano, ubicado a lo largo de una carretera que conduce al aeropuerto internacional de Beirut. Multiconfesional, el lugar no exige más requisitos para ser enterrado en él que haber militado por la causa del pueblo palestino, sin necesariamente formar parte de él. El lugar cuenta así grandes historias, de las que se escriben lejos de casa. Aquí descansan los hombres y mujeres de una época olvidada, la que corre desde la segunda mitad de la década de 1960, con el establecimiento en el Líbano de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), hasta la retirada palestina de Beirut en el verano de 1982, tras la invasión israelí del País del Cedro. La OLP reivindicaba por aquel entonces la liberación de Palestina, pero también ponía en pie instituciones sociales, benéficas, militares y artísticas en el exilio, movilizando a la población de los campos de refugiados. El ideario de esta organización era nacionalista, revolucionario y tercermundista: forjaba vínculos con la izquierda libanesa, colaborando en particular con el Partido Comunista (PCL). Su principal componente, el Al Fatah de Yasir Arafat (1929-2004), y la izquierda palestina atraían a sus filas a numerosos militantes libaneses, árabes e internacionales, en ocasiones procedentes de Bangladesh, Japón o América Latina. El Departamento de Asuntos Internacionales de Al Fatah entablaba en aquel tiempo el diálogo en torno a una única “Palestina democrática”, que reuniera a judíos, cristianos y musulmanes (1), con el escritor Jean-Paul Sartre o con los dirigentes del Partido Comunista Italiano Enrico Berlinguer (1922-1984) y Luigi Longo (1900-1980), como relata el intelectual palestino Munir Chafiq –en tiempos miembro destacado del centro de planificación de la OLP– en sus memorias, recientemente publicadas (2).

Como rama de la organización, en 1965 se creó la Fundación de Apoyo a las Familias de los Mártires y Heridos Palestinos. Esta alquiló un pequeño terreno al Estado libanés, no lejos del campo de refugiados de Chatila, con la intención de crear allí un cementerio nacional palestino. Parte de la concesión quedó destruida y en ella se atrincheraron los palestinos durante la guerra que los enfrentó al movimiento chií libanés Amal, apoyado por Siria, entre 1985 y 1987. Al final de la guerra civil (1990), durante el periodo de reconstrucción, el sitio se vio amenazado por los proyectos de remodelación de la autopista, y los ­diversos planes de reordenación urbana mermaron su superficie. Este cementerio no debe confundirse con otros dos “territorios palestinos de memoria” (3) en Chatila: en la entrada sur del campo, el memorial (que también es una fosa común) de las masacres de septiembre de 1982 cometidas por las milicias cristianas aliadas de Tel Aviv, durante la ocupación israelí de Beirut, y, en el centro del campo, la mezquita de Chatila, donde están enterradas cerca de quinientas víctimas de los combates entre Al Fatah y Amal. A diferencia de estos dos, el Cementerio de los Mártires de la Revolución no está situado dentro del propio campo, sino en su flanco oriental, a lo largo de la avenida Gamal Abdel Nasser.

Un salto temporal

Los libaneses saben poco acerca del emplazamiento que bordea este eje vial contaminado y sujeto a frecuentes atascos. Oculto por una planta de selección de residuos, unos talleres de desguace, unos pocos árboles y un puesto de control del ejército libanés, permanece invisible para los apresurados conductores que cruzan la rotonda de Chatila. En la entrada, las banderas palestinas y el estandarte amarillo y blanco de Al Fatah ondean sobre los muros del recinto. El rostro de Arafat cubre toda una pared de piedras decrépitas. Al entrar en el lugar, bajo una bóveda de pinos y palmeras, el ambiente se torna de pronto apacible. El zumbido de la autopista que recorre la periferia sur de Beirut se apaga. Hay alineaciones irregulares de tumbas bajas. Apellidos grabados en negro sobre las lápidas blancas, pero también emblemas de los partidos políticos palestinos, se confunden con las grietas de las tumbas. Algunas, sucias y resquebrajadas, contrastan con aquellas que tienen quien las limpie regularmente, de un blanco impoluto. Junto a las tumbas, colgando del tronco de los árboles y de los muros ocres, hay carteles plastificados de militantes palestinos, algunos desvaídos, otros de colores llamativos. Encima de las tumbas, las familias de algunos de los fallecidos han colocado ramas de olivo en botellas o macetas de plástico. La familia que se encarga del mantenimiento del recinto vive en una pequeña casa junto a la entrada principal. Se puede ver al padre y a sus dos hijos quemando montones de ramas y hojas muertas en los pasillos blancos. La madre baldea el suelo con gran cantidad de agua y lo cepilla enérgicamente. El mayor suele sentarse en una silla de plástico, balanceándose bajo las banderas de Al Fatah, enfrascado en su teléfono móvil y observando con el rabillo del ojo a la gente que va y viene. Esta familia es la que atiende si uno busca una tumba en especial.

Caminar por los angostos pasillos del cementerio es como retroceder en el tiempo. Aquí yacen principalmente las víctimas de ataques israelíes o de la guerra civil libanesa. Las tumbas de Kamel Nasser, Kamal Adwan y Muhammad Yusef al Najjar, alinea­das en una fila, recuerdan la operación del Mossad del 9 de abril de 1973 en Beirut, que ejecutó en un edificio del barrio de Verdún a estas tres destacadas figuras de la dirección de la OLP. Este asesinato es una de las escenas clave de la película Múnich, dirigida por Steven Spielberg (2005), que sufrió duras críticas de los palestinos por su falta de rigor histórico. No muy lejos de ahí, Gasán Kanafani, portavoz del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y autor de Hombres en el sol, un relato corto traducido al francés en 1985 (Actes Sud) por el fallecido investigador Michel Seurat (publicado en español por Ediciones Libertarias en 1988), está enterrado junto a su sobrina Lamis, muerta a su lado a los diecisiete años de edad durante un atentado cometido por los servicios secretos israelíes, el 8 de julio de 1972 en Beirut. Apodado “el Príncipe Rojo”, Alí Hasan Salameh también está enterrado en este cementerio: miembro de la dirección de Al Fatah, ­responsable de las relaciones entre el cuartel general palestino de la OLP y los servicios secretos estadounidenses, marido de la libanesa Georgina Rizk –proclamada miss Universo en 1971–, su coche explotó en un atentado cometido por el Mossad en Beirut el 22 de enero de 1979.

En el cementerio de los mártires de Chatila, palestinos, árabes e “internacionales” descansan codo con codo, sin distinción de religión. En un singular recorrido político y literario, uno se cruza con el poeta sirio Kamal Jeir Beik, miembro del Partido Social Nacional Sirio (PSNS), uno de los fundadores, junto con el poeta Adonis, de la mítica revista literaria libanesa Al-Shi’r (‘La Poesía’). Autor de una tesis doctoral sobre “El movimiento modernista en la poesía árabe contemporánea”, que marcó un hito, fue asesinado en noviembre de 1980 en Beirut. También está Balqis Al Rawi, esposa y musa del poeta sirio Nizar Kabbani, que murió en un atentado contra la embajada iraquí en el Líbano, el 15 de diciembre de 1981, y yace a pocos metros de la entrada del cementerio.

La visita del sitio también permite un rodeo por Asia. Ya no en forma de tumbas, sino de cenotafios u obras conmemorativas: vacías de todo cuerpo, las placas en el mismo suelo rinden homenaje a militantes del Ejército Rojo Japonés (ERJ): Yasiyuki Yasuda, Tsuyoshi Okudaira y Kozo Okomoto –este es el único que sigue vivo– dirigieron un ataque armado contra el aeropuerto de Tel Aviv (Lod) en mayo de 1972, matando a casi veinte personas. El ERJ tenía en aquel entonces vínculos con el Frente Popular de Palestina (FPLP). Su disolución se anunció en 2001. Por último, otro cenotafio, dedicado a Kamal Mustafá Alí, recuerda el compromiso de muchos activistas de Bangladesh con los palestinos: militante del Frente Popular - Comando General (una escisión prosiria del FPLP), Mustafá Alí murió durante un asalto israelí al castillo de Beaufort, afamado lugar estratégico del sur del Líbano, construido por los cruzados en el siglo XII y ocupado por los israelíes desde el verano de 1982. Sus restos no se recuperaron hasta 2004, con ocasión de un intercambio de prisioneros entre el Hezbolá libanés y el ejército israelí. Sus huesos fueron en aquel momento entregados a su familia.

Por último, están los europeos. Hay miembros del Ejército Republicano Irlandés (IRA), pero también franceses. Françoise Kesteman nació el 2 de mayo de 1950 en Niza. Para indicar su tumba, el cuidador señala la parte trasera del cementerio con un movimiento de cabeza y dice: “al firansiya” (‘la francesa’). Nieta de anarcosindicalistas, hija de comunistas, su madre Inés le transmitió el recuerdo de las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil española (1936-1939). Enfermera en Marsella, partió para el Líbano en 1980 una primera vez y regresó al año para servir en la Media Luna Roja Palestina. Se instaló en el campo de refugiados palestinos de Rashidieh, en Tiro, al sur del Líbano, no lejos de la frontera con Israel. Tras regresar a Francia en 1981, volvió al Líbano durante la invasión israelí del verano de 1982. Pasó por Siria, luego Beirut, y llegó a Tiro. “El camino de vuelta es solo devastación”, anota en su diario. Extractos de este se reunieron en el libro Mourir pour la Palestine, publicado en diciembre de 1985 por las ediciones Favre (en español, Morir por Palestina, Txalaparta, 1991). En este libro, que relata su viaje por el Líbano desde enero de 1981 hasta septiembre de 1982, Kesteman cuenta los padecimientos de las familias palestinas desde 1948, la historia de las dispersiones familiares y de las desapariciones. Describe la vida cotidiana del campo de Rashidieh en el contexto de una guerra sin fin, con su cuota de muertos y heridos. Sus duras palabras se suavizan al describir la dulzura de las amistades y de las tareas cotidianas que jalonan los días, originadas en un mundo rural que quedó atrás, en Palestina, y se trasladó a los campos. Allí recibió formación en el manejo de armas. Tras una última visita a Francia, volvió a hacer las maletas en 1984. El 23 de septiembre se embarcó en unos zódiacs con cuatro combatientes de Al Fatah para llevar a cabo una operación armada en Israel. Frente a la costa de la ciudad de Sidón, por entonces ocupada, se produjo al parecer un primer enfrentamiento contra la marina israelí que obligó al comando a refugiarse en tierra para continuar el combate. Este se saldó con dos combatientes capturados y tres muertos, entre ellos Françoise Kesteman. Tenía 34 años. Fue enterrada en el cementerio de los mártires, según su voluntad, con honores militares de Al Fatah, pero también religiosos, ya que se había convertido al islam. Más de 300 palestinos asistieron a su funeral.

Ideas de un Tercer Mundo

Cada año, militantes franceses acuden al Líbano para conmemorar las masacres de Sabra y Chatila de septiembre de 1982: pocos han oído hablar de su compatriota Françoise Kesteman. Al igual que otros activistas propalestinos de América o Asia, suelen detenerse ante la fosa común que linda con la antigua embajada de Kuwait, a la entrada del campamento, y ahí depositan coronas de flores al son de las gaitas palestinas (4); sin embargo, desconocen la existencia del Cementerio de los Mártires de la Revolución, a unos cien metros de distancia. Este lugar, aun así, sigue viviendo al ritmo de las conmemoraciones anuales. Pero, aunque su especificidad es lo internacional, los que aún andan por aquí ya son solo palestinos. Queda poco espacio para enterrar a los muertos y los vivos pagan ahora a precio de oro unos pocos metros cuadrados para sus seres queridos.

¿Se está muriendo el cementerio de los mártires de Chatila? Testigo de una época de ideas tercermundistas y revolucionarias que muchos dicen ya pretérita, la historia del cementerio se cruza a veces con la actualidad. En abril de 2012, la Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT), encumbrada por su papel en la caída del presidente Zine el Abidin Ben Alí (5), recibió solemnemente en el aeropuerto de Túnez-Cartago, en presencia del ejército tunecino, los restos de Umran Kilani Muqqadami, caído en el sur del país el 26 de abril de 1988. Enterrado en el cementerio de Chatila, Muqqadami, que militaba en el Frente Democrático de Liberación de Palestina (FDLP), esperó 24 años para volver a Túnez por la negativa del régimen de Ben Alí a rendir un homenaje nacional a este joven nacido en la cuenca minera de Gafsa. En abril de 2012, a rebufo de la revolución, sus despojos pudieron abandonar el cementerio de los mártires y volver a Gafsa. En mayo de 2021, unos palestinos del Líbano se manifestaron junto al cementerio en solidaridad con la Franja de Gaza, entonces bajo los bombardeos israelíes, y con los habitantes jerosolimitanos del barrio de Sheij Yarrah, expuesto a colonización. Y el 30 de mayo de 2022, una ceremonia organizada en los pasillos del cementerio por el FPLP saludó la liberación de Fusiko Shigenobu. Fundadora del Ejército Rojo Japonés, pasó varios años de clandestinidad en el Líbano antes de regresar a Japón en 2000, donde fue encarcelada. En el cementerio de los mártires de Chatila, aún ocurre en ocasiones que el legado de los muertos alcanza a los vivos.

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(1) Le Fatah, la révolution palestinienne et les juifs, presentado por Alain Gresh, Éditions Libertalia y Orient XXI, París, 2021.

(2) Munir Chafiq, Min aljamra ila aljamra. Safahat min dhikrayat Munir Chafiq (‘De la brasa a la brasa. Páginas de los recuerdos de Munir Chafiq’), Centro de Estudios por la Unidad Árabe, Beirut, 2021 (en árabe).

(3) Laleh Khalili, “Lieux de mémoire et de deuil. La commémoration palestinienne dans les camps de réfugiés au Liban”, en Nadine Picaudou, Territoires palestiniens de mémoire, Éditions Karthala e Ifpo, 2006.

(4) Véase Coline Houssais, “Epopeya militar de la gaita”Le Monde diplomatique en español, noviembre de 2021.

(5) Véase Serge Halimi, “Soudain, la révolution”, en “Le défi tunisien”, Manière de voir, n.° 160, agosto-septiembre de 2018.

Nicolas Dot-Pouillard y Pierre Tonachella

Respectivamente: investigador en Ciencia Política en Beirut. y cineasta.

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