Israel perderá esta guerra. La lucha por el relato
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Miren a estos niños. ¿Quién está matando a estos niños? Mundo libre, ¿dónde estás con respecto a estas masacres, cometidas contra este pueblo afligido y oprimido? Que el mundo lo vea, son solo niños».
Director del hospital de Gaza.
Miren a estos niños. ¿Quién está matando a estos niños? Mundo libre, ¿dónde estás con respecto a estas masacres, cometidas contra este pueblo afligido y oprimido? Que el mundo lo vea, son solo niños».
Director del hospital de Gaza.
No es cierto que la violencia y la guerra no resuelvan los conflictos. Los vencedores, cuando imponen su voluntad al vencido, reescriben inmediatamente la historia y convierten lo que es un acto de agresión en un relato “aceptable”. Michel Foucault nos recuerda que el poder es capaz de definir la realidad y por tanto crearla.
La premisa básica para imponer esa concepción es que se produzca la victoria militar de unos sobre los otros. La clase política de la UE es un ejemplo de manual de ese revisionismo histórico. La gran masa de líderes europeos se han precipitado en la ciega carrera de reescribir la historia y de justificar lo injustificable: sin ir más lejos la presidenta del Consejo Europeo Ursula von der Leyen falseando los hechos, acabó relacionando a Rusia con el lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, puro revisionismo histórico. El mismo personaje acusa a Maduro o Putin de anti-demócratas, cuando ella no ha sido elegido por voluntad popular para ocupar la presidencia de la Comunidad Europea.
La guerra en Gaza, lo vemos a diario, forma parte de esa tendencia que pretende moldear la realidad y reinventarla según los intereses de los grupos dominantes. Asistimos a una guerra por el relato. Según esa premisa la guerra la inició Hamás el 7 octubre. No se menciona, porque no existen para los grupos dominantes, los años de ocupación israelita de una tierra que no era suya, ni la invasión de la mezquita de Al-Aqsa, ni las humillaciones diarias, ni la miseria, ni el robo de tierras fértiles, ni tantas otras cosas.
Como en todo conflicto el discurso es cambiante; depende, en última instancia, de la evolución del enfrentamiento. Cuando los objetivos iniciales que justificaban la guerra no se cumplen, se modulan y se buscan responsables de las derrotas, que siempre son los demás. Una cita atribuida a Napoleón lo ilustra: “La victoria tiene cien padres, aunque la derrota es huérfana”. La búsqueda del o los responsables ayuda a camuflar la auténtica trama de intereses que se ocultan en la sombra. Los que se lucran con las guerras nunca son responsables de nada, ellos sólo hacían negocios. La oposición en Israel liderada por Yai Lapid carga contra Netanhayu, no por haber provocado la guerra, sino porque no puede ganarla. El presidente del país hebreo, Isaac Herzog, aunque opuesto al primer ministro comparte gran parte de sus tesis, tanto es así que ha sido denunciado por delitos de “lesa humanidad” en la reunión de Davos.
Los primeros compases del conflicto fueron una demostración de esa lucha por la narración que habría de justificar el genocidio que contemplamos a diario. El discurso inicial era una pantalla en blanco y negro: “Israel se defendía de un ataque terrorista”. La población occidental recibía un único mensaje simplificado, descontextualizado y repetido mil veces. Edward Bernays, el famoso sobrino de Freud y creador de la propaganda moderna lo definió magistralmente: la simplificación del mensaje y la repetición son las claves del discurso. Esta tesis tiene dos peros. El primero, que se precisa de una apariencia de victoria militar para imponer el relato, cosa que está lejos de suceder. El segundo, que requiere la ausencia de contestación y de información alternativa. El control mediático, como consecuencia, se convierte en objetivo militar de primer grado. El asesinato de aquellos que cuestionan el relato oficial es la consecuencia necesaria. Fue así como las DFI (Fuerzas de defensa de Israel) se plantearon matar a los periodistas y sus familias. Son casi 200 los periodistas asesinados en estos más de 100 días de guerra.
LA VICTORIA O LA DERROTA ES LA CLAVE
La capacidad de la resistencia, tanto militar como social, está haciendo saltar por los aires el relato oficial. A pesar de la censura impuesta por las grandes redes, la imagen del genocidio se ha filtrado en los hogares de medio mundo. Israel ha dejado de ser un pueblo victimizado. Países como Rusia, aparentemente neutrales, cambian su posición en la medida que el régimen israelí ahonda sus crímenes y no consigue la victoria militar que afirmaba tener al alcance de la mano. El ministro de exteriores ruso Sergéi Lavrov, sin ir más lejos, repetía sus declaraciones del 2022, en las que afirmaba que Adolf Hitler tenía sangre judía. Es un ejemplo más de cómo la imagen de Israel se transforma de víctima en verdugo.
El conflicto que se vive en Oriente Medio no es una guerra clásica. Trasciende más allá de Gaza e implica a múltiples actores. Es una guerra de nuevo cuño donde las reglas de confrontación no existen y los países para no involucrase directamente utilizan grupos y fuerzas militares interpuestas. En Palestina no luchan dos estados: Israel, en su afán expansionista, no ha definido sus fronteras y Palestina no está reconocida. Benjamín Netanyahu persigue aplicar la fórmula no escrita, pero que ha sobrevolado la política israelita desde su creación: «Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra». Para resolver esta ecuación se precisa la derrota militar y la desarticulación de la resistencia palestina, lo que no se conseguirá. La imagen del estado hebreo se seguirá deteriorando en la medida que la guerra se salde con una no-victoria. En paralelo, la decepción social en el interior incrementará las presiones internas dentro de Israel. El futuro político de muchos líderes del partido gobernante está en entredicho. Centenares de miles de desplazados dentro del propio país y decenas de miles de soldados movilizados, más el corte comercial impuesto por los hutíes de Yemen y el boicot a los productos israelitas en Occidente, producen un quebranto enorme en la economía nacional.
EL PROYECTO PARA EL NUEVO SIGLO ESTADOUNIDENSE
La guerra en esta zona formaba parte de un proyecto más amplio y apuntaba a un enemigo poderoso: Irán. Israel tenía que ser el garante de los intereses políticos de EEUU en Oriente Medio y la punta de lanza para controlar los recursos energéticos en la zona. El plan tenía un nombre: “Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense” (PNAC por sus siglas en inglés), uno de cuyos promotores es el tristemente célebre Elliott Abrams. Este político norteamericano, ahora en el equipo de Joe Biden, diseñó el golpe de estado (como lo califica la oposición israelita) que propulsó a Benjamín Netanyahu al poder. Ese planteamiento, que toma como referencia las propuestas de Zbigniew Brzezinski, ha fracasado. En este momento y sin una declaración de guerra EEUU está al límite de sus recursos humanos y económicos. La derrota que se aproxima en la guerra en Ucrania, el fracaso militar que vive el ejército israelí en Gaza, el conflicto permanente con Irán y la tensión en torno a Corea y Taiwán, muestran que el músculo militar y económico de EEUU ha alcanzado su límite. La huida del ejército norteamericano de Afganistán y ahora, posiblemente, de Iraq, muestran los límites del Imperio. La aparición y pujanza de los BRICS señala que la unipolaridad estadounidense se debilita y el multilateralismo ha entrado hace tiempo en escena.
La victoria o la derrota en el campo de batalla no sólo se definen por el número de enemigos abatidos sino por los objetivos planteados y los realmente alcanzados. Militarmente el ejército israelí no ganará esta guerra. Ninguno de los objetivos inicialmente previstos se ha cubierto. No se ha derrotado a la resistencia palestina a pesar de las bajas que sufren (un 20% de sus militantes, según fuentes israelitas). No se han eliminado sus cuadros políticos y militares, no se ha conseguido detener el flujo de armas hacia la resistencia. Tampoco se han destruido sus infraestructuras: las DFI israelíes reconocen que solo han inutilizado un 15/20 % de los túneles construidos por Hamás. Altos cargos militares advierten que los túneles excavados por la resistencia tienen una longitud mayor que el metro de Londres, No son posiciones estáticas, se sigue cavando y ampliando la red. El ejército ocupante ve asombrado como zonas supuestamente controladas se convierten nuevamente en lugares de confrontación. Israel ha tenido que retirarse de zonas conquistadas y ha admitido que ese espacio ha sido ocupado nuevamente por la Resistencia. El ejército, fuertemente desgastado, está retirando brigadas, algunas de élite, de los frentes de guerra. Se presume que habrá un alto el fuego y el ejército sionista no quiere dar una imagen de haber sido derrotado y es por ello –y por el desgaste sufrido– por lo que ha iniciado el repliegue de parte de sus fuerzas.
Los sionistas esperaban una campaña rápida, 3 ó 4 semanas a lo sumo, y un nivel de bajas “aceptable”. La referencia era la guerra del 2006, considerada como una derrota israelita, donde el ejército tuvo 165 muertos. Mientras ahora la censura militar cuantifica el número de muertos en 560, aunque fuentes hospitalarias y de la oposición multiplican esa cifra por 5 (3.000 muertos y más de 15.000 heridos según las fuentes). Unos 3.000 de estos heridos son irrecuperables. La cantidad de lesionados que han perdido la vista o sufrido deformaciones faciales por el tipo de guerra que impone Hamás triplica las bajas de este tipo en anteriores conflictos. Israel no ha conseguido ninguno de sus objetivos militares.
Hamás resiste en medio de una situación infernal. Hezbollah, que ha apoyado a la resistencia desde el primer día, aunque no había intervenido en la planificación ni en el ataque inicial, lleva la iniciativa en su enfrentamiento en la frontera norte modulando sus intervenciones; ni de lejos ha utilizado la variedad ni la cantidad de armas de que dispone. Esta acción ha dividido las fuerzas de la DFI y ha obligado a desviar a decenas de miles de efectivos hacia la frontera con el Líbano.
Políticamente la posición internacional de Israel, en la medida que el conflicto se mantiene, se complica. Los asesinatos de prisioneros, los cadáveres de palestinos desventrados y utilizados para el tráfico ilícito de órganos, realizados casi a nivel industrial, señalan los límites morales de este genocidio. El dictamen de la Corte Internacional de Justicia ha representado un aldabonazo en la conciencia colectiva que ha impulsado al gobierno del Likud a negociar un alto el fuego.