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Dimarts, 03 Desembre 2024

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El ataque del 7 de octubre cogió por sorpresa a la dirección de la organización en el extranjero

Hamás reivindica la dirección del movimiento palestino

Con el paso de los años, el movimiento islamista Hamás ha conocido dos grandes mutaciones: se ha reforzado militarmente y su dirección interna con sede en Gaza se ha impuesto a los dirigentes instalados en el extranjero. Con su sangriento ataque del 7 de octubre, la organización ha asumido el papel de único defensor de su pueblo.

por Leila Seurat, enero de 2024
 
Artículo publicado en Le Monde Diplomatique en español. Este artículo ha sido publicado previamente por la revista Foreign Affairs con el título “Hamas’s goal in Gaza. The strategy that led to the war – and what it means for the future”, 11 de diciembre de 2023.
 
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LAILA SHAWA. – Flag II (‘Bandera II’), de la serie “Walls of Gaza” (‘Muros de Gaza’), 1992

Uno de los aspectos más llamativos –y también de los menos comentados– del ataque realizado por Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023 atañe a su localización. Desde hacía cerca de una década, la Franja de Gaza había dejado de aparecer como un campo de batalla decisivo para la resistencia palestina. Las repetidas incursiones del Ejército israelí –entre ellas la operación Margen Protector en 2014– habían reducido al movimiento islamista a una posición estrictamente defensiva. Seguían disparando cohetes de cuando en cuando, pero sin lograr atravesar de manera significativa la Cúpula de Hierro, el muy sofisticado sistema de defensa antimisiles desplegado por Tel Aviv en 2010. Sometida a un bloqueo inflexible, Gaza estaba aislada del resto del mundo.

La zona de conflicto más evidente parecía hallarse en los territorios ocupados. Debido a la expansión de las colonias judías y a las intrusiones de colonos y soldados en las localidades palestinas, Cisjordania –al igual que los lugares sagrados de Jerusalén– captaba toda la atención de los medios de comunicación internacionales. Tanto para Hamás como para otros grupos de combatientes, allí era donde residía el epicentro de la resistencia. Las propias autoridades israelíes estaban hasta tal punto convencidas de ello que, en la mañana del 7 de octubre, sus tropas solo tenían ojos para Cisjordania, al considerar que el enclave de Gaza no representaba una seria amenaza para la seguridad del país.

El ataque de Hamás echó por tierra esta asunción. Para lanzar su mortífera incursión, el ala militar en Gaza tomó el control del puesto fronterizo de Erez y abrió varias brechas en la alambrada de seguridad. Con su masacre de varios cientos de civiles y militares y la toma de unos 240 rehenes, es obvio que los asaltantes preveían una respuesta militar de envergadura. Y lo fue, de manera absolutamente desproporcionada: la ofensiva Espadas de Hierro ha causado la muerte de al menos 20.000 personas –en su gran mayoría civiles– y transformado la zona más densamente poblada del mundo en un montón de ruinas. También ha tenido el efecto de que la franja gazatí vuelva a aparecer en los radares de los medios de comunicación y de la comunidad internacional. Tras años de discreción, el territorio ha vuelto a ser el centro del enfrentamiento entre Israel y Palestina.

La nueva condición central de Gaza suscita importantes preguntas acerca de la dirección de Hamás. Hasta hace poco se creía que el movimiento islamista estaba básicamente dirigido por sus figuras históricas, exiliadas primero en Amán, más ­tarde en Damasco y, finalmente, en ­Doha desde 2012. Pero ese postulado ha quedado obsoleto. Desde al menos 2017 –fecha en la cual Yahya Sinwar tomó el control del movimiento en Gaza–, el centro de gravedad se ha desplazado a su origen territorial. Además de hacer que el territorio sea más autónomo de los dirigentes instalados en el extranjero, Sinwar ha impulsado una reorientación estratégica dirigida a convertir a Hamás en una fuerza de combate. Su objetivo era reemprender los ataques contra Israel y reconectar el enclave con la lucha palestina en general. De lo que se trataba, pues, era de reaccionar con mayor firmeza a la situación en Cisjordania y Jerusalén, en particular frente a las crecientes tensiones en torno a la mezquita de Al Aqsa. Lejos de lograr que la Franja de Gaza desapareciera, el bloqueo israelí creó las condiciones de lo que acabaría por ponerla en el centro de la atención mundial.

En tanto que organización política y militar, Hamás dispone de cuatro centros de poder: Gaza, Cisjordania, las cárceles israelíes (donde están detenidos algunos de sus mandos) y la dirección en el extranjero, que controla el aparato político. En 1989, durante la primera intifada, la represión israelí obligó a los dirigentes del movimiento a dispersarse por Jordania, Líbano y Siria, convirtiéndose Damasco en su principal sede desde principios de la década del 2000.

Desde su refugio en el extranjero, esos dirigentes mantuvieron el control sobre las Brigadas Ezzeldin al Qassam, el brazo militar de Hamás implantado en Gaza. Además, lograron establecer relaciones diplomáticas con dirigentes extranjeros y recabar el apoyo de un amplio abanico de donantes y organizaciones benéficas, pero también de Irán, implicado en ese apoyo desde el arranque de los procesos de paz de Oslo a mediados de la década de 1990. Durante ese periodo, los dirigentes expatriados conservaron una parte crucial del poder. Algunos de ellos, como Jaled Meshal, el líder del brazo político, se habían criado en el exilio. Desde Amán, y más adelante desde Damasco, Meshal y sus compañeros dominaban el proceso de toma de decisiones. El brazo militar y los militantes presentes en todos los territorios palestinos debían aceptar sus orientaciones estratégicas, por poco que las aprobaran.

La ruptura con Siria

La preeminencia de los dirigentes de Hamás en el exterior empezó a ser puesta en tela de juicio después de que Israel asesinara en 2004 al jeque Ahmed Yassin, fundador y guía espiritual del movimiento. Varios factores permitieron entonces que la organización gazatí aumentara su influencia. Primero vino la victoria de Hamás en las elecciones de 2006 y su toma de control de toda la Franja de Gaza en junio de 2007, refrendadas con la formación de un gobierno. Cuando Israel endureció todavía un poco más el bloqueo impuesto tras la victoria electoral del movimiento, los nuevos “patrones” del enclave lograron garantizarse un flujo de ingresos gracias al comercio que transitaba por su red de túneles clandestinos, haciendo así a la organización menos dependiente de las ayudas financieras de la diáspora.

En 2011, las revueltas populares de la Primavera Árabe en general y el levantamiento sirio en particular aceleraron esa transferencia de poder. Cuando estalló la guerra civil en Siria, los dirigentes de Hamás residentes en Damasco trataron al principio de mediar entre el régimen de Bachar el Asad y los insurgentes suníes, pero rechazaron el requerimiento iraní de apoyar incondicionalmente al régimen sirio, de modo que tuvieron que abandonar el país en febrero de 2012. Musa Abu Marzuk, el número dos de Hamás, se instaló en El Cairo, mientras que Jaled Meshal buscó refugio en Doha, capital de Qatar, desde donde criticó duramente a Teherán y Hezbolá por su complicidad con El Asad. Esa fue la razón por la cual Irán redujo sus aportaciones a Hamás, primero en el verano de 2012 y luego en mayo de 2013, cuando las Brigadas Ezzeldin al Qassam se enfrentaron a tropas sirias leales al régimen y a su aliado Hezbolá en la batalla de Al Quseir. La ayuda ­financiera iraní a Hamás se redujo a la mitad, pasando de 150 a menos de 75 millones de dólares al año.

Esas fricciones, unidas al alejamiento de sus dirigentes históricos, debilitaron el liderazgo en el exilio. “La ruptura con Siria ayudó considerablemente a la dirección gazatí –admitió Ghazi Hamad, portavoz de Hamás, en una entrevista que me concedió en Gaza en mayo de 2013–. No digo que ­Gaza haya derrocado a los dirigentes en el exterior, pero sí que ahora existen unas relaciones más equilibradas”. Otra baza para la dirección gazatí: pese a su desacuerdo con Siria, ha logrado mantener sólidos vínculos con Irán, cosa especialmente cierta en lo que ­atañe a determinados líderes de las ­Brigadas Ezzeldin al Qassam, como Marwan Issa, subcomandante del brazo militar en Gaza, que no perdía ocasión de visitar Teherán.

La creciente autonomía del brazo militar de Hamás era ya perceptible en 2006, cuando se produjo el secuestro del soldado israelí Gilad Shalit. El cerebro de la operación fue Ahmed Yabari, comandante en jefe del brazo armado de la organización que, junto con Ghazi Hamad, negoció la liberación del prisionero en 2011. De conformidad con el trato cerrado con Israel, el joven soldado fue devuelto a casa a cambio de la liberación de 1027 palestinos encarcelados en Israel. Muchos observadores del ámbito de Oriente Próximo consideraron que el acuerdo fue presentado en los medios de comunicación como una victoria de Hamás. Israel ordenó el asesinato de Yabari un año después, dando así el pistoletazo de salida de una nueva operación militar denominada Pilar Defensivo.

Los incesantes ataques del Ejército israelí sobre la Franja de Gaza contribuyeron en gran medida a reforzar a las Brigadas Ezzeldin al Qassam, que podían contar con el prestigio de hallarse en primera línea de la resistencia frente a Israel, al contrario que esos dirigentes sin contacto con lo que sucedía en el terreno y sospechosos de darse la gran vida en Qatar. Como prueba de la importancia que adquirió el brazo armado del movimiento, tres miembros de las brigadas ingresaron en la dirección política tras las elecciones internas de 2017.

El bloqueo draconiano también confirió a Gaza el valor de un espacio simbólico de resistencia y sacrificio, algo de lo que los dirigentes islamistas no dudaron en sacar provecho para fundamentar su legitimidad. En 2012, con motivo de la conmemoración de los veinticinco años de Hamás, Jaled Meshal acudió a Gaza por primera vez en su vida. En un discurso dedicado “a la gloria de los mártires” y de las madres de la “Gaza eterna”, afirmó lo siguiente: “Digo que he vuelto a Gaza, a pesar de que es la primera vez que estoy aquí, porque Gaza siempre ha estado en mi corazón”.

Pero fue sobre todo a partir de 2017 cuando el enclave adquirió un papel crucial en el tablero de juego interno de la organización. Ese año, Meshal fue sustituido a la cabeza del brazo político por Ismail Haniya, hasta entonces líder de Hamás en la Franja. La sucesión reavivó las relaciones entre Hamás y los iraníes, que en lo sucesivo se dirigieron a sus interlocutores gazatíes. Por una serie de razones –entre ellas las dificultades para entrar y salir de Gaza, cosa del todo dependiente de la voluntad de Egipto–, Haniya también decidió instalarse en Doha en diciembre de 2019. Ese traslado supuso un poderoso empujón para el ascenso de Yahya Sinwar, un antiguo comandante de las Brigadas Ezzeldin al Qassam que le disputa su influencia.

Sinwar es, desde los años 1980 una respetada figura del aparato militar de Hamás. Pasó veintidós años en las cárceles israelíes, donde colaboró en la creación de la nueva dirección de Hamás. Liberado en octubre de 2011 en virtud del acuerdo al que se llegó tras el secuestro del soldado Shalit, encarna una concepción proactiva de la lucha armada palestina: la convicción de que solo el lenguaje de la fuerza puede persuadir a Israel de emprender negociaciones. Convertido en el hombre fuerte de Gaza, se entregó en cuerpo y alma a la puesta en práctica de su visión. Decidido a explotar el control que Hamás ejerce sobre el territorio para arrancar concesiones a Tel Aviv, siguió desarrollando el brazo militar, logrando –según algunos analistas– que sus efectivos pasaran de en torno a 10.000 combatientes a principios de la década del 2000, a 30.000 –si no más– veinte años más tarde.

En las filas de Hamás, solo Ahmed Yusef, un antiguo consejero de Haniya, ha mostrado públicamente sus reservas sobre la promoción de Sinwar. Temía las repercusiones de una transferencia demasiado completa del poder de decisión a los territorios palestinos y abogaba por que la dirección en el exterior se reservara la última palabra. También recelaba que los estrechos lazos que unían a Sinwar con el brazo armado del movimiento se volvieran contra Hamás en su conjunto. En su opinión, eso podía dar a los israelíes un nuevo pretexto para considerar Gaza solo como un nido de terroristas.

Pero Sinwar demostró que también él podía dar muestras de realismo. En 2018 y 2019 consiguió una pequeña relajación del bloqueo israelí organizando la Gran Marcha del ­Retorno a lo largo de la barrera de demarcación. Hamás no tardó en comprender que podía sacar fruto de esas manifestaciones populares que cada semana movilizaban a decenas de miles de gazatíes en las inmediaciones de la frontera para protestar contra el bloqueo. Mientras manifestantes desarmados se convertían en objetivos para los francotiradores ­israelíes, las Brigadas Ezzeldin al Qassam lanzaban cohetes y globos incendiarios hacia territorio israelí. En respuesta a la presión estratégica, Tel Aviv acabó por aceptar una apertura limitada de ciertos pasos fronterizos, así como un desbloqueo de los fondos cataríes destinados al pago de los funcionarios del enclave.

No obstante, pese a los avances, muchos palestinos –tanto en Gaza ­como en Cisjordania– siguieron mostrándose escépticos a propósito de ­Hamás, al que reprochaban haber aprovechado la Gran Marcha del Retorno para acallar las críticas relacionadas con su autoritario manejo del poder y recurrir a la fuerza solo en defensa de sus propios intereses. En 2021 se le presentó a Sinwar la oportunidad de recuperar la credibilidad. Ese año, los palestinos que luchaban contra las expulsiones de habitantes en el barrio de Sheij Yarrah, en Jerusalén Este, fueron víctimas de una violenta represión. El 20 de mayo, las Brigadas Ezzeldin al Qassam lanzaron miles de cohetes sobre Ashdod, Ashkelón, Jerusalén y Tel Aviv. Numerosos árabes israelíes salieron espontáneamente a las calles de varias ciudades en solidaridad con los expulsados de Jerusalén, dando la ocasión a Hamás de renovar los lazos con los palestinos que vivían fuera de Gaza y presentarse como el protector de la Ciudad Santa. Desde entonces, el nombre del portavoz de las Brigadas, Abu Obaida, fue coreado en todas las concentraciones de palestinos en Jerusalén y Cisjordania.

Símbolo de la resistencia

La influencia de Hamás más allá de las fronteras de Gaza se extendió con tanta más facilidad cuanto varios paí­ses árabes –Baréin, Emiratos Árabes Unidos, Marruecos y, más tarde, Sudán– acababan de emprender una normalización de sus relaciones con Israel. Al unirse al proceso de los Acuerdos de Abraham, impulsados por Estados Unidos, los dirigentes de dichos países manifestaban la escasa importancia que concedían a la cada vez más creíble amenaza de una anexión de Cisjordania por parte de Israel. A los ojos de los palestinos, semejante elección no podía ser interpretada sino como una traición. Hamás, por el contrario, era visto como el único verdadero defensor de las víctimas de la ocupación tanto en Cisjordania como en Jerusalén.

Desde 2021, Hamás se ha puesto asimismo del lado de los palestinos asqueados por las amenazas israelíes que pesan sobre la mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén, un símbolo nacional para Palestina. En ese contexto, el sangriento ataque que Hamás denominó Diluvio de Al Aqsa sigue la misma lógica de uso de la fuerza para defender los territorios palestinos en su conjunto. En este sentido, también resulta significativo que la decisión de lanzar sus comandos al asalto de Israel el 7 de octubre fuera tomada por la organización Hamás de Gaza, sin la menor implicación de sus dirigentes en el exilio.

Desde el comienzo de esta guerra, el movimiento ha desplegado una estrategia mediática consistente en subrayar el papel esencial de Gaza en la lucha palestina y en comunicarse con el mundo exterior incluso en medio de los más encarnizados combates. A pesar de los devastadores bombardeos, los cortes incesantes de internet y la destrucción de las infraestructuras de telecomunicaciones en todo el territorio, nunca han cesado las emisiones de Hamás en las que refutaba los comunicados del Ejército israelí. Mediante la divulgación, día tras día, de los testimonios grabados del horror de los bombardeos y mediante la respuesta, punto por punto, a los elementos del discurso de Israel sobre ­civiles utilizados como “escudos humanos” o “bases terroristas” ocultas en los hospitales, Hamás ha logrado que el campo no quede totalmente libre a la propaganda de su enemigo.

Los dirigentes de Hamás instalados en Doha no parecen haber participado en esta campaña de comunicación orquestada desde Gaza. En tiempos de la ofensiva israelí Plomo Fundido, en 2008 y 2009, el presidente del aparato político fue el encargado de comentar los acontecimientos desde Damasco. En la actualidad, esa función es incumbencia de un comandante militar, Abu Obaida, presente en el lugar de los hechos. Apenas cabe ya duda de que Yahya Sinwar y el resto de los dirigentes gazatíes menosprecian cordialmente a sus colegas del exterior, que tan tranquilos están en Qatar mientras las bombas les caen encima a los primeros.

Solo existe una excepción en este panorama: los representantes de Hamás en el Líbano han participado activamente en la guerra informativa. Osama Hamdan, antiguo responsable de asuntos exteriores de la organización y en la actualidad una de las figuras clave del aparato político, ha multiplicado las ruedas de prensa en Beirut para contrarrestar la narrativa bélica israelí. Al contrario que otros líderes de Hamás, a quienes preocupa la cercanía de Sinwar a las brigadas, Hamdan juzga perfectamente natural la convergencia de los aparatos político y militar. Además, comparte la convicción de que solo la violencia puede hacer que la causa palestina obtenga progresos. En una entrevista que me concedió en Beirut en 2017, señaló –no sin ironía– que Hamás tenía a este propósito un punto en común con los dirigentes israelíes, apuntando que los primeros ministros “Netanyahu, Rabin, Barak y Peres fueron sin excepción señores de la guerra antes de asumir responsabilidades políticas”.

Regreso a la agenda internacional

En sus declaraciones, Osama Hamdan se esfuerza con frecuencia por presentar la guerra contra Israel no como un asunto de Hamás, sino como una lucha general por la liberación de todos los palestinos. En su opinión, el ataque del 7 de octubre no ha dejado de tener beneficios: ha provocado la liberación de varios detenidos palestinos, ha puesto a las tropas terrestres israelíes en una difícil situación sobre el terreno y ha obligado a la evacuación de las poblaciones israelíes de las ciudades que bordean la frontera libanesa y de algunas zonas en las proximidades de Gaza. Además, sostiene los obstáculos con los que se encontraron durante su campaña militar en Gaza fueron los que obligaron a los israelíes a aceptar una tregua y entregar prisioneros palestinos a cambio de varios rehenes. Y asegura que la reanudación de los bombardeos, el 1 de diciembre, se debió al hecho de que el Ejército israelí ha fracasado a la hora de cumplir sus objetivos en la primera fase de la guerra.

Esta presentación de lo sucedido ha recibido una tibia acogida en algunos medios de comunicación árabes oficiales, en especial en Arabia Saudí, tradicionalmente hostil a Hamás. Pero lo que no se puede negar es que las declaraciones de Abu Obaida y Osama Hamdan han tenido un impacto perceptible no solo en los entornos palestinos, sino también entre las poblaciones árabes de los países vecinos, donde la simpatía por Hamás bien puede ser más fuerte hoy que antes de la guerra. Con su ataque del 7 de octubre, Hamás demostró que Israel no es invulnerable, debilitando así un poco más a la Autoridad Palestina y a la Organización para la Liberación de Palestina, cuya inacción reprocha gran número de palestinos. A despecho de las atrocidades cometidas y de la demoledora respuesta que desencadenó, el Diluvio de Al Aqsa ha vuelto a inscribir la lucha por la liberación en el registro de lo concreto. Al obligar a Israel a involucrarse en una invasión devastadora, el ataque de Hamás ha vuelto a poner Gaza bajo los focos y ha recordado a la comunidad internacional la realidad de la ocupación israelí. Todo ello será una pesada carga para el futuro tanto de los palestinos como de los israelíes.

Bombas o éxodo

Para los palestinos, el calvario de la población del enclave también ha tenido el efecto de reabrir viejas heridas. Presentado por los servicios de comunicación israelíes como una medida de protección humanitaria, el desplazamiento forzado de los habitantes de la ciudad de Gaza hacia el sur de la franja costera –acompañado del anuncio por parte del Gobierno de Benjamín Netanyahu de un proyecto de reasentamiento de la población gazatí en el desierto del Sinaí– ha recordado a muchos de ellos la larga serie de expulsiones que comenzó en 1948. Bombas o éxodo: el fantasma de semejante alternativa es tanto más lacerante por cuanto la mayor parte de los habitantes de Gaza pertenecen a familias que tuvieron que abandonar sus tierras tras la creación del Estado de Israel. Para esos hijos o nietos de refugiados –centenares de miles de los cuales se han negado a abandonar la parte norte del territorio–, la historia parece repetirse. A sus ojos, la única manera de escapar de la pesadilla de una segunda Nakba es permanecer a toda costa en Gaza, por muy destruida que esté.

Mientras el enclave volvía a estar bajo las bombas después de una tregua de siete días, Israel y Estados Unidos siguieron evaluando los diversos escenarios posibles para “el día después”. Aunque los dos aliados tienen puntos de vista distintos sobre varios asuntos –entre ellos la posibilidad de un Gobierno dirigido por el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, a lo que Israel se niega–, se muestran unidos en el objetivo de erradicar a Hamás. Pero ese objetivo bélico yerra acerca de la realidad actual del movimiento. Hasta ahora, y a pesar de una masacre que se prolonga ya más de dos meses, perpetrada por uno de los ejércitos más poderosos del mundo, nada sugiere que Hamás vaya a ser erradicado. No solo ha logrado mantenerse con vida, sino que también ha afirmado su total autonomía, tanto en relación con su dirección exterior como con sus aliados árabes e Irán, que ni siquiera fue advertido del ataque del 7 de octubre. Su capacidad para seguir siendo una fuerza activa tras diez semanas de invasión y bombardeos, con una jefatura aún operativa, presencia mediática y una red de apoyo, resta credibilidad a los ­argumentos que se cruzan sobre la mesa de debate acerca de la futura gobernanza de Gaza.

Mientras que, de momento, sus tropas fracasan a la hora de lograr sus objetivos, Israel ha acentuado la represión militar en Cisjordania por medio de mortíferas incursiones diarias, arrestos masivos y atropellos de diverso género. La situación no solo corre el riesgo de degenerar en una guerra con dos frentes –tras años de esfuerzos de Tel Aviv para separar ­Gaza de los territorios ocupados–, ­sino que también invita a creer que el Ejército israelí sin duda va a seguir ayudando a Hamás a hacer realidad su plan: reconectar Gaza con la lucha global por la liberación de Palestina.

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Leila Seurat

Investigadora en el Centro Árabe de Investigaciones y Estudios Políticos (CAREP, por sus siglas en francés) e investigadora asociada en el Centro de Investigaciones Sociológicas del Derecho y las Instituciones Penales (CESDIP, por sus siglas en francés). Autora de Le Hamas et le monde, CNRS Éditions, París, 2015. Este artículo ha sido publicado previamente por la revista Foreign Affairs con el título “Hamas’s goal in Gaza. The strategy that led to the war – and what it means for the future”, 11 de diciembre de 2023.


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