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Dilluns, 25 Novembre 2024

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acnur solicitantes de asilo republica democratica del congo

Solicitantes de asilo congoleños esperan su turno para los exámenes médicos en la localidad de Zombo, en la frontera entre la República Democrática del Congo y Uganda.  © ACNUR / Rocco Nuri. 

GINEBRA (Suiza), 18 de junio de 2021 - ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, urge hoy a los líderes mundiales a intensificar sus esfuerzos para fortalecer la paz, la estabilidad y la cooperación con el fin de frenar y empezar a revertir la tendencia de casi una década de aumento de los desplazamientos a causa de la violencia y la persecución.

A pesar de la pandemia, el número de personas que han huido de las guerras, violencia, persecución y violación de los derechos humanos en 2020 alcanza casi los 82,4 millones de personas, según el último informe anual de ACNUR sobre tendencias globales, publicado hoy en Ginebra. Esto supone un aumento del cuatro por ciento sobre la cifra récord de 79,5 millones alcanzada al final de 2019.

El informe muestra que a finales de 2020 había 20,7 millones de refugiados bajo el mandato de ACNUR y 5,7 millones de refugiados palestinos. Otros 48 millones eran personas desplazadas internas (IDPs por sus siglas en inglés) dentro de sus propios países y 4,1 millones adicionales eran solicitantes de asilo. Estos números indican que, a pesar de la pandemia y de las llamadas a un alto el fuego a nivel global, los conflictos siguen expulsando a personas de sus hogares.

Detrás de cada número, hay una persona forzada a dejar su hogar y una historia de desplazamiento, desarraigo y sufrimiento. Merecen nuestra atención y apoyo, no solo mediante la ayuda humanitaria, sino también con la búsqueda de soluciones a su difícil situación”, declaró Filippo Grandi, Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados.

Aunque la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 y el Pacto Mundial sobre los Refugiados proporcionan el marco legal y herramientas de respuesta a los desplazamientos, necesitamos mucha más voluntad política para abordar los conflictos y la persecución que fuerzan a las personas a huir, añadió el Alto Comisionado de ACNUR. 

Las niñas y niños menores de 18 años representan el 42 por ciento de todas las personas desplazadas forzosas. Es una población particularmente vulnerable, especialmente cuando las crisis se prolongan durante años. Estimaciones recientes de ACNUR muestran que casi un millón de niños han nacido como refugiados entre 2018 y 2020. Muchos de ellos pueden seguir siendo refugiados durante muchos años.

La tragedia de tantos niños y niñas nacidos en el exilio debería ser razón suficiente para maximizar los esfuerzos para prevenir y acabar con los conflictos y la violencia”, señaló Filippo Grandi.



El informe también señala que, en 2020, en el pico de la pandemia, más de 160 países habían cerrado sus fronteras, 99 de los cuales no hacían excepciones con las personas que querían pedir protección. Sin embargo, con la introducción de mejores medidas, como los reconocimientos médicos en las fronteras, certificados médicos o cuarentenas tras la llegada, procedimientos simplificados de registro o entrevistas a distancia, se fue incrementando el número de países que encontraron la forma de garantizar el acceso al asilo al tiempo que intentaban contener la propagación de la pandemia.

 



Al mismo tiempo que las personas seguían huyendo a través de las fronteras, varios millones más se veían obligadas a desplazarse dentro de sus propios países. Impulsadas fundamentalmente por las crisis de Etiopía, Sudán, los países del Sahel, Mozambique, Yemen, Afganistán y Colombia, el número de personas desplazadas internas creció en más de 2,3 millones.

 

 

A lo largo de 2020, unos 3,2 millones de desplazados internos y 251.000 refugiados volvieron a sus hogares, lo que supone una caída del 40 y 21 por ciento, respectivamente, respecto a 2019. Otros 33.800 refugiados recibieron la nacionalidad en sus países de asilo. El reasentamiento de refugiados registró una drástica caída, con solo 34.400 refugiados reasentados el año pasado, el nivel más bajo en 20 años, como consecuencia del reducido número de plazas de reasentamiento disponibles y de la COVID-19.  

“Las soluciones requieren que los líderes mundiales y aquellas personas con capacidad de influencia dejen de lado sus diferencias, pongan fin a los enfoques políticos egoístas y, en cambio, se centren en prevenir y resolver los conflictos y garantizar el respeto por los derechos humanos”, declaró Filippo Grandi.

Informació enviada per ACNUR a Las afueras.

Guerra en Yemen: El eterno conflicto

Desde que ACNUR llegó a Yemen en los años 80, el país ha sido víctima de distintas guerras y conflictos que han dejado un país devastado. En los 90, la guerra de la unificación dejaba el nombre de República de Yemen como oficial, tras los antiguos Yemen del Norte y Yemen del Sur.

20 años más tarde, en 2015, volvía a estallar una nueva guerra en Yemen dejando a la población asediada en ciudades como Taiz, al suroeste del país. ACNUR estuvo 5 meses intentando acceder para entregar ayuda en esta ciudad a miles de civiles, víctimas de la guerra de Yemen.

A finales de 2018, el conflicto en Yemen se traslada a uno de los principales puntos de entrada de ayuda humanitaria, el puerto de Al Hudaydah, y miles de personas han quedado en riesgo de inanición. La ONU alerta de que podría ser la peor hambruna vivida en el mundo en los últimos 100 años. Actualmente, el 80 % de la población necesita ayuda humanitaria para sobrevivir. El hambre acecha al país: más de 7,4 millones de personas necesitan asistencia nutricional, incluidos 2,1 millón de niños y 1,2 millones de mujeres embarazadas o lactantes que sufren desnutrición moderada o severa.

La división de Yemen en el siglo XIX y XX

Yemen fue un territorio disputado por dos imperios en el siglo XIX. Los británicos se hicieron al control del puerto de Adén en la época en que se construía el Canal del Suez.

La nueva ruta marítima entre el mar Mediterráneo y el Asia oriental ubicaba a Yemen como un destino altamente estratégico para el reabastecimiento de combustible de las naves británicas.

De otra parte, los turcos otomanos en aras de expandir su Imperio en vastas extensiones de tierra que abarcaban tres continentes, lograron controlar el norte de Yemen en la península arábiga. Desde entonces, Yemen se dividió en norte y sur.

Con la caída del Imperio Turco Otomano tras el final de la Primera Guerra Mundial, el norte de Yemen quedó bajo el liderazgo del Imán Yahya, un líder religioso islamista quien se declaró rey del territorio.

El sur de Yemen estuvo bajo dominio británico desde el siglo XIX hasta 1967, cuando los ataques contra las tropas británicas por parte de los grupos nacionalistas rivales hicieron que los ingleses se retiraran del puerto de Adén.

En consecuencia, se proclamó la República Popular del Yemen del Sur, la primera nación árabe con una tendencia comunista.

Tanto Yemen del Norte como Yemen del Sur coexistieron por más de dos décadas, en las que hubo confrontaciones bélicas que desataron tensiones internacionales. A Yemen del Norte lo apoyó Arabia Saudita y a Yemen del Sur, la Unión Soviética.

La reunificación de Yemen no puso fin al conflicto sunita – chiita

La caída del bloque soviético comenzando los años 90 fue el camino pavimentado para que Yemen se reunificara. El sur y el norte conformaron un solo Estado desde el 22 de mayo de 1990.

Ali Abdullah Saleh fue elegido como presidente de la nueva nación finalizando el siglo XX y en el año 2001 tomó la decisión de declararle la guerra a Al Qaeda.

Un periodo de inestabilidad sobrevino en Yemen. Estados Unidos participó en operaciones militares en su denominada guerra contra el terrorismo.

Entre tanto, un movimiento insurgente chiita comenzó a sublevarse desde el 2004 por cuenta de la discriminación étnica y la agresión de parte del Gobierno.

Estos rebeldes además denunciaron que Arabia Saudita apoyaba grupos sunitas para exterminar población chiita.

Con el estallido de la guerra en Yemen en el 2014, la división yemení se hizo evidente entre el sur y el norte, entre sunitas y chiitas.

De acuerdo con Manfred Grautoff, experto en conflicto del Medio Oriente consultado por France24, la Guerra de Yemen emula la Guerra de Vietnam. Así como en Vietnam, dos porciones de un mismo Estado que fueron apoyados respectivamente por estadounidenses y soviéticos en Yemen: el norte es apoyado por Arabia Saudita y el sur por Irán.

Yemen es por tanto un territorio nuevamente disputado geopolíticamente, ya no por los ingleses y los turco-otomanos, sino por los sauditas y los iraníes.

Los sauditas, en palabras de Grautoff, buscan la expansión de su control político en la península arábiga y la aniquilación de grupos chiítas como los rebeldes hutíes.

Su misión parece hundirse en arenas movedizas teniendo en cuenta que Estados Unidos les retiró el apoyo militar luego de conocerse la investigación por el asesinato del periodista Khashoggi.

La fuerte defensa chiita de los iraníes ha surtido efecto al apoyar a los rebeldes hutíes quienes no muestran señales de rendición y aún, cuatro años después, conservan el control de Saná, la capital de Yemen.

Quienes sí padecen esta guerra son los millones de civiles que se ven enfrentados por el fuego cruzado, los bombardeos y el desabastecimiento de alimentos. Una guerra cuya única esperanza reside en las conversaciones de paz entre las dos partes que se llevarán a cabo en Suecia bajo el auspicio de las Naciones Unidas.

 

Etiopía: potencial (des)estabilizador en el cuerno de África

Publication date:
01/2021
Author:
Oriol Puig Cepero, investigador, CIDOB

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El Gobierno de Etiopía dio por finalizada la intervención militar en la región de Tigray el pasado mes diciembre, tras cinco semanas de conflicto abierto contra el Frente de Liberación Popular de Tigray (FLPT). La crisis, lejos de finalizar, corre el serio riesgo de enquistarse y convertirse en una guerra de guerrillas. La inestabilidad interna, y la tensión diplomática creciente con Sudán y Egipto, hacen de la Etiopía de Abiy Ahmed un potencial desestabilizador del cuerno de África y el conjunto del continente.  

Etiopía no es cualquier país. Etiopía es un espejo que plasma bondades y desventuras de todo el continente africano. Lejos de las hambrunas de los años 80 que subyacen en nuestro imaginario, Etiopía crece hoy económicamente por encima de la media africana y del mundo; posee voz propia, resistiendo injerencias extranjeras, y presume de orgullo patrio por ser el único territorio no colonizado de África. Sede de la Unión Africana, la llegada al poder en 2018 del Primer Ministro, Abiy Ahmed, reconocido en 2019 con el Premio Nobel de la Paz por finalizar el conflicto duradero con la vecina Eritrea, encarnó la esperanza africana para este siglo. Sólo un año más tarde, el país se erige en foco de inestabilidad interna, regional e internacional. 

Impulsado por una agenda transformadora y las reivindicaciones de su comunidad, la oromo, mayoritaria del país y excluida del poder hasta entonces, la toma de posesión de Ahmed fue en sí misma un hito. Como primer mandatario de este grupo en liderar Etiopía, sus atrevidos primeros pasos fueron aplaudidos alrededor del mundo: acuerdos de paz con insurgentes internos, liberación de presos políticos, aperturas en materia de libertad de prensa y asociación, o nombramiento de la primera presidenta del país. Pronto llegaron las resistencias de sectores políticos, económicos y comunitarios y, con ellas, repliegues sobre los propios avances:  más represión, persecución de la disidencia y limitación de la libertad de información. Una vuelta al punto de partida, aunque con correlaciones de fuerzas distintas.

Una de las causas fundamentales del actual conflicto en Tigray responde a la percepción de pérdida de poder y privilegios de las élites de esa región semiautónoma, constructoras del actual estado etíope. Ellas, junto a jerarquías amhara y oromo, reunidas en el Frente Democrático del Pueblo de Etiopía Revolucionario (EPRDF, por sus siglas en inglés) derrocaron al dictador Mengistu en 1991 y edificaron el vigente modelo de federalismo étnico, un sistema de equilibrio comunitario para procurar apaciguar demandas étnicas. Tras funcionar –o contribuir a la disfunción, según se mire– durante tres décadas, el modelo parece ahora colapsar. El intento de abordar el rol de la etnia en el seno del estado fue a la par arriesgado y meritorio, pero comportó finalmente la departamentalización comunitaria de la administración pública y su patrimonialización por parte de las élites dominantes[CC1] .

Las medidas promovidas por Ahmed a favor de liberalizar el sector público; la  superación de la parcialización tribal mediante una nueva herramienta política, el Partido de la Prosperidad; y un discurso nacional basado en la Gran Etiopía de imperios pasados, fueron percibidas por las élites tigray como una afrenta. Los líderes de la región se declararon en rebeldía y rechazaron asumir mandatos del gobierno central. Un ataque a una base militar fue el pretexto idóneo para iniciar el conflicto. Una muestra más de que las nuevas políticas calentaron los ánimos de los de arriba sin conseguir calmar las reivindicaciones de los abajo, ni atajar la creciente desigualdad. Los recelos étnicos se agravaron y el descontento y la insatisfacción inflamaron el lugar, no sólo en el norte sino también en el sur, en la región de Oromiya, sobre todo tras el asesinato de un conocido activista y cantante. Demasiados frentes abiertos para un joven líder con aires de grandeza.

El bloqueo informativo sobre la guerra en Tigray, la vulneración de derechos humanos por ambas partes en conflicto, según la ONU, y el repliegue, no la derrota, de las autoridades insurgentes, invitan a pensar que lo acontecido en la zona septentrional del país es sólo el principio de una larga inestabilidad en el interior de Etiopía que podría expandirse por la región. La contienda ha desplazado a más de 50.000 refugiados hacia Sudán, y ha revitalizado disputas fronterizas entre los dos estados, con enfrentamientos abiertos y varias muertes. Asimismo, ha evidenciado una nueva alianza, hasta ahora insólita, entre Ahmed y la Eritrea autoritaria de Isaias Afewerki, antigua archienemiga del estado etíope liderado por los tigray, y que ha dado cobertura bélica en los combates contra el FLPT. Errarían los enfoques geopolíticos si obviaran la importancia de las cuestiones étnicas en las susodichas tiranteces. Y es que menospreciar el constructo étnico como herramienta social o confundirlo con etnicismo, que deriva en exclusión o supremacías, no aplaca las identidades, sino que las refuerza. La Gran Etiopía de Ahmed avanza y con ella la escalada de violencias, que podría alcanzar cuotas inimaginables si no se encauza por vías diplomáticas el mayor desafío para la zona en los últimos tiempos: la Gran Presa del Renacimiento.

La construcción y puesta en marcha de esta macro infraestructura construida por Etiopía sobre aguas del Nilo Azul amenaza con detonar un conflicto regional de consecuencias imprevisibles si nadie lo remedia. El gobierno de Ahmed ha empezado a llenar el embalse, el más grande y potente de África, en lo que supone una enmienda a la totalidad al reparto colonial de la gestión de las aguas del río Nilo, basada hasta ahora en acuerdos del Imperio británico de 1929 que favorecían a Egipto y Sudán, con reparticiones del 75% y el 25% respectivamente, y poder de veto sobre el levantamiento de cualquier presa. Etiopía ha dado así un golpe sobre la mesa consciente del tablero geopolítico regional y mundial, en el que históricamente se ha movido con habilidad. Aliado tradicional de Estados Unidos en los últimos años ha intensificado sus relaciones con China y Rusia, y ha tejido sinergias con monarquías del Golfo Pérsico como Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos, que le apoyaron en su conflicto interno. Qatar se inclinó por los insurgentes. A la espera de si Joe Biden revertirá la retirada de tropas en Somalia ordenada por Trump, donde también se juega en gran medida el futuro de África oriental, la carrera meteórica de Ahmed mantiene interrogantes sobre su capacidad de resistencia interna, dependiente de su política de alianzas y, sobre todo, en relación a sus posibilidades –o intereses- en escalar aún más el conflicto con Egipto o Sudán por el agua[CC2] .

Ambas incógnitas son clave para desentrañar si Etiopía acabará representando un remanso de estabilidad regional o, por el contrario, como se augura, podría terminar catalizando viejos fantasmas de violencia étnica y disputas post y neocoloniales. El momento es grave y todos los escenarios están abiertos. Los países del Golfo, la nueva administración estadounidense, Rusia y China, seguro tendrán un papel en lo que acontezca, a pesar de los alardes etíopes de no interferencia. Ahmed, por su parte, queriendo emular a Menelik II, emperador etíope del que se considera heredero, por lo pronto será juzgado por la historia como el Primer Nobel de la Paz en iniciar más rápidamente una guerra.

Palabras clave: Etiopía, Tigray, Abiy Ahmed, África, Sudán, Egipto

CIDOB, CENTRE DE PENSAMENT GLOBAL

El CIDOB és un centre de recerca en relacions internacionals que, basant-se en criteris d’excel·lència i rellevància, té com a objectiu l’anàlisi de les qüestions globals que afecten les dinàmiques polítiques, socials i la governança des de l’àmbit internacional al local. 

Com a institució independent, reconeguda amb una àmplia trajectòria històrica i sorgida de la societat civil, el CIDOB persegueix l’excel·lència i el rigor de les seves anàlisis, publicacions i projectes. Pretén ser un instrument útil per a la societat, assegurar l’accés obert al coneixement i promoure l’estudi dels temes internacionals que afecten la vida diària dels ciutadans. Així mateix, el CIDOB persegueix la rellevància i l’impacte social de la seva recerca i acompanya les demandes i la necessitat d’informació internacional de les institucions públiques, mirant d’incidir en els processos de presa de decisions i oferint visions alternatives. 

El CIDOB també promou la innovació pel que fa a l’anàlisi de la política global, amb l’objectiu de transcendir les estructures clàssiques de les relacions internacionals i tenint en compte l’impacte creixent dels aspectes globals en les realitats locals. La innovació en la investigació passa també per l’obertura de noves línies de recerca d’acord amb les transformacions socials actuals. 

Des de Barcelona, el CIDOB analitza la incidència del fet internacional en l’àmbit local, i la definició i la construcció del fet internacional a partir de l’àmbit local. En les seves publicacions i activitats es prioritzen la rellevància temàtica i l’anàlisi dels aspectes de l’agenda internacional que desperten un major interès a Barcelona, Catalunya, Espanya i Europa.  

El CIDOB pretén també mobilitzar un nombre rellevant d’actors socials, apropant-se a nous públics i treballant en xarxa amb institucions públiques i de la societat civil. El seu objectiu és seguir sent un centre europeu i internacional de referència en l’estudi de la política global, però també un punt de trobada i una finestra al món. 

El conflicto en Mozambique.

El actual conflicto armado en la provincia de Cabo Delgado, rica en gas y petróleo, ha provocado graves abusos de derechos, la interrupción de servicios críticos y un severo impacto en la población civil, especialmente en los niños que suponen casi la mitad de la población desplazada.

 Las mujeres y los niños también suponen cerca del 80 por ciento de las víctimas de los abusos en los derechos humanos a las que ACNUR presta apoyo, junto con otras personas desplazadas internamente en Pemba, Mueda, Montepuez, Negomano y Quitunda. 
 
La separación de familias es igualmente preocupante. Miles de niñas y niños han llegado traumatizados y exhaustos tras haber sido separados de sus familias. Muchos otros han venido con sus madres.
 
Las personas huidas de la violencia llegan sin pertenencias, a menudo con problemas de salud, lesiones y malnutrición severa.

 ACNUR, junto con UNICEF y otros socios, está derivando a los niños desplazados vulnerables a los servicios apropiados para que reciban apoyo en la reagrupación familiar, salud mental y apoyo psicológico, así como ayuda material.
 
Algunas personas están todavía huyendo de Palma, pero como hay pocas vías de evacuación que permanecen abiertas, estamos preocupados por las personas que no pueden abandonar la zona.
 
En Quitunda, en el área de Palma, ACNUR ha recibido recientemente información de graves abusos cometidos contra grupos vulnerables, como agresiones físicas a las personas que huyen hacia zonas seguras en barco. 

Desde 2017, el conflicto en el norte de Mozambique ha dejado decenas de miles de personas muertas o heridas y forzado el desplazamiento de más de 700.000 en las provincias de Cabo Delgado, Nampula, Niassa, Sofala y Zambezia.
 
 FIN

Informació enviada per ACNUR a  Las afueras.

Antecedentes


El ministerio de Asuntos Exteriores, UE y Cooperación ha condenado el ataque y ha manifestado su preocupación por la situación. Además, está siguiendo muy de cerca la evolución de los acontecimientos, en coordinación con las autoridades mozambiqueñas, tanto en Maputo como en Pemba, la ONU, la UE y otros países miembros de la UE. 

El pasado miércoles 24 de marzo por la tarde, hombres armados lanzaron un ataque coordinado sobre la ciudad de Palma, provincia de Cabo Delgado, que se ha prolongado durante todos estos días; y cuya autoría ha sido reivindicada por el autoproclamado Estado Islámico del África Central (ISCAP). La situación en Palma se mantiene tensa, con esporádicos enfrentamientos violentos. Según varios medios de comunicación locales e internacionales, la localidad sigue controlada por los yihadistas. La información oficial es escasa respecto al alcance real del ataque, y tampoco ayuda la interrupción de las comunicaciones con Palma, que se están viendo dificultadas, para conocer la situación en el terreno. El Gobierno ha confirmado que decenas de personas han sido asesinadas, entre los que se estima que habría ciudadanos extranjeros, aunque no se conoce por el momento su nacionalidad, a excepción de un ciudadano sudafricano cuya muerte ha sido confirmada por su familia. Sin embargo, todo apunta a que el número de víctimas mortales será mayor, al tiempo que tampoco se tiene aún una estimación concreta respecto al alcance de los daños materiales y del caos que impera dentro de la ciudad.

Siete de las víctimas mortales confirmadas, entre los que habría ciudadanos extranjeros, viajaban en uno de los convoyes que evacuaban a algunas de las casi 200 personas, entre ellas trabajadores humanitarios y del proyecto gasístico, que permanecían o se refugiaron en el hotel Amarula cuando la ciudad fue emboscada. Entre los ciudadanos afectados por este ataque habría nacionales de Reino Unido, Sudáfrica y Portugal.

Naciones Unidas estima que unas 3.300 personas desplazadas desde Palma, la gran mayoría mujeres y niños, han llegado en los últimos días a los distritos de Nangade, Mueda, Montepuez y Pemba. No obstante, se prevé que la cifra de desplazados sea considerablemente mayor. Diversas organizaciones humanitarias calculan que millares de personas huidas de la ciudad se encuentran escondidas en zonas boscosas de los alrededores de Palma o intentando cruzar la frontera con Tanzania. Asimismo, muchos de los evacuados y habitantes de la ciudad que huyeron en los primeros momentos del ataque, incluidos ciudadanos atrapados en el hotel, habrían sido trasladados a la Península de Afungi, epicentro del proyecto gasístico liderado por la empresa francesa Total. Las organizaciones humanitarias, junto con las comunidades locales y en coordinación con el Gobierno mozambiqueño continúan movilizando personal y recurso para poder atender a la población desplazada.

El ataque se ha producido después de que el Gobierno mozambiqueño y Total anunciaran la reanudación de los trabajos del proyecto gasístico cercano, después de que las operaciones fueran suspendidas en enero por motivos de seguridad. El 28 de marzo la compañía anunció que la operación volvía a suspenderse.

Autoría del ataque

El lunes 29 de marzo, ISCAP —la franquicia regional de Daesh— se atribuyó la responsabilidad del ataque en Palma, aunque todo indica que el ataque fue perpetrado por las milicias yihadistas locales conocidas como Al Shabaab, que no tienen relación alguna con el grupo homónimo de Somalia. El nombre completo del grupo es Ahl al-Sunnah wa al Jamma’ah (ASWJ), que ha sido incorporado oficialmente a ISCAP, aunque no se conoce aún su vinculación real.

Con este ataque, Al Shabaab ha incluido por primera vez a ciudadanos expatriados entre sus objetivos, lo que supone un salto en su procedimiento ofensivo y un cambio en la tendencia y el impacto de sus ataques. Hasta ahora, estos estaban dirigidos contra la población civil mozambiqueña, las estructuras estatales y de gobierno local, y las fuerzas y cuerpos de seguridad mozambiqueñas. En total, los ataques yihadistas han provocado más de 2.600 víctimas mortales y casi 700.000 desplazados forzosos, según Naciones Unidas. Por otro lado, Mocimboa da Praia, también en Cabo Delgado y uno de los puntos de origen de la organización, sigue controlada por los insurgentes, desde que en agosto del año pasado lanzaran un ataque coordinado sobre la ciudad costera.

El ministerio de Asuntos Exteriores, UE y Cooperación ha condenado el ataque y ha manifestado su preocupación por la situación. Además, está siguiendo muy de cerca la evolución de los acontecimientos, en coordinación con las autoridades mozambiqueñas, tanto en Maputo como en Pemba, la ONU, la UE y otros países miembros de la UE.

 

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