Historias des de Líban: quan els medicaments i el menjar són massa cars.
Els relats d'Ahmed, Fátima, Tawfik, Thérèse, Hasna i Hassan reflecteixen la dificultat d'arribar a fi de mes per a moltes persones a Líban. Des de malalties cròniques fins a ferides per l'explosió d'agost o estralls per a viure de manera digna, les seves preocupacions són profundes i el seu futur, massa incert.
La Vall de la Bekaa
“Al final del mes, no queden diners per a comprar medicaments”
Ahmed, de 34 anys, és pare de quatre. Ell i la seva família van arribar al Líban des de *Flitah, Síria, en 2015. Des de llavors, han estat vivint en un assentament informal de tendes de campanya als afores de *Arsal, una ciutat al nord de la vall de Bekaa, prop de la frontera amb Síria.
Ahmed va venir amb les seves dues filles i la seva esposa a la nostra clínica en Arsal. La seva filla menor, Zeinab, de 18 mesos, va ser diagnosticada amb anèmia fa uns quatre mesos. “Es veia molt malalta. Estava molt pàl·lida i menjava molt poc”, explica Ahmed. “El metge li va receptar un suplement de ferro i ens va aconsellar que li donéssim més verdures i frijoles, ja que ja no podem pagar la carn”. L'anèmia està relacionada amb la deficiència de ferro, i és comú entre les persones que tenen un accés limitat a certs tipus d'aliments, com la carn o els pèsols.
Ahmed solia ser pastor abans d'arribar a Líban. A causa del dolor d'esquena, va haver de deixar de treballar, però de tant en tant ajuda al seu oncle a cuidar el ramat a les muntanyes que envolten Arsal. Des que la crisi econòmica va colpejar a Líban, la família d'Ahmed lluita cada vegada més per a comprar articles bàsics.
“Abans, un quilo de carn costava 17.000 lliures libaneses, però ara costa al voltant de 60.000”, diu Ahmed. “És el mateix amb el te, el sucre i fins i tot vegetals com els tomàquets. Tot s'ha tornat almenys quatre vegades més car i la situació no fa més que empitjorar. Al final del mes, no queda res per a roba, joguines per als nens, ni per a medicines. Estalviem tots els nostres diners per al menjar i el combustible, sobretot ara durant l'hivern”. Arsal es troba a 1.500 metres sobre el nivell de la mar. La neu i les temperatures sota zero són bastant comunes durant els freds mesos d'hivern.
Mentre Ahmed espera que les seves filles, Zeinab i Fatima (de 6 anys), vegin a un metge, la seva esposa Halima, que també té anèmia, assisteix a una consulta prenatal amb la comare. El seu cinquè fill naixerà en dos mesos, i serà una boca extra que alimentar amb el pressupost ja limitat de la família. “Tota la nostra família es beneficia dels serveis mèdics en aquesta clínica, fins i tot els meus pares, els qui pateixen malalties cròniques. També vénen aquí per a rebre tractament”, diu Ahmed.
Durant la consulta, el metge observa que l'estat de Zeinab ha millorat, però que Fatima ha contret una infecció respiratòria. Les precàries condicions de vida de la família, un refugi fet amb blocs de ciment i làmines de plàstic, probablement van contribuir a l'estat de salut de la nena. Somrient tímidament, Fatima confessa que li agradaria ser doctora quan sigui major. “Em preocupa el futur dels meus fills”, diu Ahmed, “però espero que si van a escola i aprenen a llegir i escriure, puguin tenir una vida millor”.
“Tot el que vull és viure amb dignitat"
Fátima vive en Hermel, en la parte norte del valle de Bekaa, con su esposo y su hija. Al no poder pagar su propia casa, tienen que compartir una habitación en la casa de sus suegros. Para esta libanesa de 58 años, que sufre graves complicaciones debido a la diabetes, sobrevivir cada día se ha convertido en un verdadero desafío.
“Siempre hemos sido pobres, pero al menos antes podíamos salir adelante”, dice Fátima. “Hace dos meses, mi esposo perdió su trabajo en una tienda de verduras. Como había menos clientes, lo tuvieron que despedir. Yo solía trabajar como personal de limpieza, pero ya no puedo hacerlo porque me diagnosticaron diabetes hace cinco años y desde entonces mi salud ha empeorado mucho. Perdí la vista en ambos ojos y desarrollé una grave lesión en el pie que me impide caminar. Siempre necesito a Hiba, mi hija, a mi lado para ayudarme. Tengo un dolor constante en todo mi cuerpo; a veces es insoportable”.
“MSF realizamos visitas domiciliarias para dar seguimiento a mi enfermedad y me proporcionan los medicamentos que necesito. Sin MSF, tendría que depender de la caridad de las personas para conseguirlos. Nuestra hija trabaja de vez en cuando en una tienda de ropa después de la escuela y ese es nuestro único ingreso. Comemos principalmente lentejas, trigo bulgur y papas; muchas papas. No es una dieta muy buena para mi diabetes, pero es todo lo que podemos permitirnos.
No me siento bien, ni física ni emocionalmente. Lloro mucho. Me siento culpable por mi pequeña, Hiba, que tiene que asumir responsabilidades que van más allá de su edad y cuidar de nosotros. Aparte del psicólogo de MSF, no tengo a nadie con quien hablar. No quiero agregar una carga a los hombros de mi hija o de mi esposo. Y el resto de mi familia vive en Beirut, lejos de aquí. No puedo pensar en nada reconfortante. La crisis económica ha sido el colmo. Todo lo que quiero es poder vivir dignamente”.
Beirut
“Estamos muy cansados, solo esperamos no terminar en la calle”
Tawfik es un refugiado palestino de 70 años. Está casado con Hanadi, una mujer siria, y viven en Chatila, un campo de refugiados densamente poblado en Beirut. Se establecieron en Líbano con su familia en 2011, después de huir de su hogar en Yarmouk, Siria. La familia de Tawfik depende completamente del apoyo de las agencias de la ONU y de las organizaciones humanitarias para sobrevivir.
La vida no ha sido fácil para Tawfik y Hanadi, que perdieron a un hijo en el conflicto sirio y llevan 10 años sin noticias de otro de sus hijos. Cuando llegaron a Líbano, no esperaban tener que superar aún más dificultades. Sin embargo, tras sufrir una grave infección en la pierna hace siete años, Tawfik se enteró de que tenía diabetes. Las complicaciones de su herida llevaron a una amputación.
“En Siria solía trabajar como alicatador pero ahora, con mi condición, no puedo hacer nada para mantener a mi familia. Todos nuestros hijos están desempleados. Ni siquiera sé cómo sobreviviríamos sin la ayuda que recibimos de organizaciones benéficas,” dice Tawfik, quien vive en el tercer piso de un edificio en mal estado con su esposa, su hijo menor, una de sus hijas y los dos hijos de ella.
La reciente inflación de los precios ha hecho que sea cada vez más difícil para la familia llegar a fin de mes. “Una vez que pagamos el alquiler y la electricidad, no queda casi nada para la comida. Estamos luchando por comprar artículos básicos como tomates o pollo. Una vez cada dos semanas, compramos 200 gramos de carne que compartimos. De lo contrario, nuestras comidas se reducen a yogur, queso y papas. Y aún así tenemos que pedir dinero prestado a veces, para terminar el mes”, explica.
Las manos de Tawfik están temblando, un síntoma de su hipoglucemia. “A veces sucede cuando nos saltamos las comidas”, dice. Debe tomar insulina todos los días, además de otras seis píldoras, para ayudar a controlar su diabetes e hipertensión. MSF le proporcionamos todos los medicamentos de forma gratuita, pero su salud sigue siendo inestable. La mala alimentación, la falta de actividad física y el estrés son factores de riesgo bien conocidos para las personas que viven con diabetes.
“Me siento completamente deprimido e inútil. La situación económica en Líbano es un desastre. Solo espero que no terminemos en las calles”, dice Tawfik. “Estamos muy cansados”, agrega Hanadi, su esposa, incapaz de contener las lágrimas mientras habla.
“Ha sido un momento estresante para todas”
Thérèse, de 85 años, vive en Karantina, un barrio cerca del puerto de Beirut que se vio muy afectado por la enorme explosión del 4 de agosto de 2020. Aunque solo resultó levemente herida, su apartamento resultó dañado por la explosión. Su máquina de coser se rompió, privándola de su única fuente de ingresos. Desde entonces, depende principalmente en la solidaridad comunitaria y la asistencia humanitaria para satisfacer sus necesidades básicas.
“Mi máquina de coser ha estado conmigo desde 1973. Dos años después, mi esposo murió. Esta máquina es como una compañera de vida para mí. Desde la explosión, he intentado repararla, pero es un modelo antiguo, así que no encuentro las piezas adecuadas.
La explosión destruyó todas las ventanas de mi apartamento. Estaba en el balcón cuando sucedió y el impacto me hizo terminar en el suelo. Me sangraba la cabeza y me había lastimado la pierna con un vidrio roto. El impacto de la caída también empeoró mi dolor de espalda. Algunos estantes y mi cama estaban rotos. Es por eso que ahora duermo en el sofá de mi sala de estar y uso el dormitorio para guardar todos los muebles dañados. Estoy cosiendo cortinas nuevas a mano con telas viejas para reemplazar las que se destruyeron.
Todavía estaba haciendo algunos pequeños trabajos de costura antes de la explosión, a pesar de que tenía algo de dolor de espalda y una disminución de la vista. Mi hijo también me estaba apoyando, pero su empresa redujo su horario de trabajo después de la explosión y ahora gana solo la mitad de su salario anterior. Tiene que cuidar de su propia familia, así que no puede ayudarme más. Tengo algunos ahorros y estoy recibiendo asistencia en efectivo de una organización internacional. Una asociación local también me trae cajas de comida varias veces a la semana. Apenas puedo caminar y rara vez salgo, pero mis vecinos y vecinas me están ayudando mucho. Algunos antiguos clientes también pasan de vez en cuando para ver cómo estoy. A pesar de todo, me las arreglo para sobrevivir.
Cuando vino el médico de MSF, me dijo que tenía diabetes, y antes no la tenía. Mi hipertensión también ha subido últimamente. Creo que todo esto está relacionado con la explosión. Estoy teniendo mucho cuidado de tomar mis medicamentos todos los días y comer sano porque no podría pagar los honorarios del hospital si tuviera algún problema médico grave. Ha sido un momento estresante para todas las personas, pero ya soy mayor y siento que he tenido una buena vida. Sin embargo, para las generaciones más jóvenes, no sé qué pasará ... tenemos que mantener la fe”.
Norte de Líbano.
“Ha pasado un año desde que comimos pescado o carne”
Hasna, de 57 años, y Hassan, de 65, llegaron a Líbano en 2012. Esta pareja de refugiados sirios vive en un edificio en construcción en un barrio desfavorecido de Trípoli, con su hijo, su esposa y sus tres hijos. Su primogénito trabaja en una peluquería y es el único sostén de la familia.
Tanto Hasna como Hassan sufren de hipertensión. Hasna también tiene que lidiar con la diabetes y problemas cardíacos. Entre ambos, deben tomar 13 medicamentos diferentes cada mes, incluyendo la insulina. Durante ocho años, MSF les proporcionó sus medicamentos de forma gratuita, antes de traspasar sus actividades médicas en Trípoli al Ministerio de Salud. Recientemente, la pareja ha tenido que pedir prestado dinero a los vecinos y vecinas para comprar sus medicamentos en la farmacia, pues algunos de los medicamentos que necesitan no están disponibles actualmente en las instalaciones de salud pública.
"No podemos dejar de tomar nuestros medicamentos, pero tampoco podemos comprarlos", dice Hassan. Mientras describe la situación que viven, Hasna se pone de pie para ir al baño. Camina con dificultad, confiando en que su nieta la ayude. "Mi esposa necesita fisioterapia para aliviar su dolor", dice Hassan, "pero tampoco tenemos el dinero para eso".
A pesar de que su hijo ha logrado mantener su trabajo durante la crisis económica y la pandemia de COVID-19, la comida se convirtió en un problema creciente para la familia desde el año pasado, especialmente para Hasna, quien tiene que seguir una dieta saludable para ayudar a controlar su diabetes. El precio de los alimentos ha aumentado considerablemente en los últimos meses, pero el único salario de la familia se ha mantenido igual. Muchas de sus comidas consisten solo en arroz y pasta. “Ha pasado un año desde que comimos pescado o carne”, dice Hassan.
Para la pareja, la palabra ‘futuro’ es sinónimo de ansiedad. “Cuando llegamos la situación no era buena para nosotros, pero definitivamente era mejor que ahora. Hoy todo es una lucha: conseguir lo suficiente para comer, alquilar un lugar para vivir, conseguir medicamentos. Nuestros nietos no están en la escuela por la COVID-19 y no tienen nada que hacer. ¿Qué será lo próximo?", se pregunta Hassan.