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Dilluns, 25 Novembre 2024

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Crisis de Tigray: 55.000 personas con necesidades urgentes han cruzado ya de Etiopía a Sudán

Cientos de miles de personas han tenido que abandonar sus hogares en Tigray desde que a principios de noviembre de 2020 estallaran los enfrentamientos armados en esta región del norte del Etiopía. Proporcionamos asistencia médica en algunas de las áreas más afectadas y necesitadas por esta crisis.

 

Según la ONU, cientos de miles de personas han tenido que abandonar sus hogares en Tigray desde que a principios de noviembre de 2020 estallaran los enfrentamientos armados en esta región del norte de Etiopía. Unas 50.000 personas han cruzado a Sudán como refugiados, mientras que otras muchas están desplazadas dentro de la región. Se hallan en ciudades, en áreas remotas o atrapadas entre focos de violencia.

En aquellas zonas a las que nuestros equipos han podido acceder, decenas de miles de personas desplazadas viven en edificios abandonados o en obras en el noroeste y oeste de las localidades de Shire, Dansha y Humera, en la parte occidental de Tigray, mientras que otros han hallado refugio en comunidades de acogida en otros puntos en el este y sur de la región.

Estas personas tienen un acceso muy limitado a alimentos, agua potable, refugio y atención médica. Nuestros equipos, que están prestando atención médica en la región desde mediados de diciembre, han escuchado testimonios de sus pacientes en los que cuentan que aún hay muchas personas escondidas en zonas montañosas y rurales.

En algunos de los lugares que hemos visitado, el suministro eléctrico está cortado, el de agua no funciona, las redes de telecomunicaciones están caídas, los bancos cerrados y muchas personas tienen miedo de regresar a sus lugares de origen debido a la constante inseguridad. A menudo no tienen forma de contactar con sus familiares ni pueden comprar artículos esenciales.

Algunas personas también acogen a familiares desplazados de otras partes de la región, lo cual supone una carga adicional dentro de una situación ya de por sí difícil. Los enfrentamientos estallaron en la época de la cosecha en una parte de Etiopía donde los cultivos ya estaban gravemente dañados por una invasión de langostas del desierto, lo que había provocado escasez de alimentos.

Respuesta de MSF a la crisis de Tigray en Etiopía y Sudán

Antes de que comenzaran las hostilidades, casi un millón de personas ya dependían de asistencia humanitaria en esta región. Y aunque las organizaciones de ayuda y las autoridades locales están distribuyendo alimentos en algunas áreas, estos no llegan para cubrir las necesidades de toda la población.

En el sur de Tigray, nuestros equipos, en colaboración con el personal del Ministerio de Salud, han puesto en marcha clínicas móviles y han restaurado algunos servicios en los centros de salud de las localidades de Hiwane y Adi Keyih. Entre el 18 de diciembre y el 3 de enero, nuestros equipos en estos lugares llevaron a cabo un total de 1.498 consultas médicas.

En el este de Tigray, estamos apoyando el hospital de Adigrat, segunda ciudad de la región después de la capital, Mekele. Cuando uno de nuestros equipos llegó a esta ciudad el 19 de diciembre se encontró con que el hospital, que atendía a una población de más de un millón de personas, solo estaba funcionando de manera parcial. Dada la urgencia de la situación, enviamos cilindros de oxígeno y alimentos para los pacientes y sus cuidadores desde Mekele, situada a 120 kilómetros al sur, y derivamos a pacientes al hospital de Afder, la capital regional.

Desde el 23 de diciembre, nuestro personal se hizo cargo de la sala de urgencias del hospital, así como del quirófano y las salas de hospitalización, pediátrica y de maternidad. También se han iniciado servicios de atención ambulatoria para niños menores de 5 años. En total, atendimos a 760 pacientes en la sala de urgencias del hospital de Adigrat entre el 24 de diciembre y el 10 de enero.

En el centro de Tigray, en las localidades de Adwa, Axum y Shire, ofrecemos atención médica básica a algunas personas desplazadas y estamos dando apoyo a estructuras de salud que carecen de suministros esenciales como medicamentos, oxígeno y alimentos para los pacientes. Nuestros equipos estiman que entre tres y cuatro millones de personas en el centro de Tigray no tienen acceso a atención médica esencial.

En las poblaciones occidentales de Mai Kadra y Humera, hemos apoyado algunos centros de salud y asistido a unos 2.000 desplazados internos mediante la provisión de atención médica, agua, productos sanitarios y de higiene y la construcción de letrinas de emergencia. La mayoría de estos desplazados ya no se encuentran en esos lugares.

Uno de nuestros compañeros supervisa los camiones cargados con suministros en Mekele que se envían a otras zonas de la región de Tigray, en el norte de Etiopía.


Campos de tránsito junto a los puntos de cruce en la frontera de Sudán con Etiopía:

Los refugiados de Tigray empezaron a llegar al otro lado de la frontera con Sudán a través de varios puntos de entrada situados en los alrededores de las localidades de Hamdayet, en el estado de Kassala y Ludgi, en el estado de Gedaref. Los primeros días, las personas llegaban al campo en grandes grupos.

Contamos con equipos en todos estos puntos de entrada para identificar rápidamente a las personas con desnutrición y con necesidades médicas urgentes. En Hamdayet, estamos apoyando a una clínica del Ministerio de Salud para prestar servicios médicos tanto a los refugiados como a la comunidad local, además de trabajar también en la mejora de los servicios de agua y saneamiento. MSF somos la única organización en los puntos de cruce de la frontera, por lo que nuestros equipos muchas veces ofrecen información y consejos a los recién llegados acerca de dónde deben dirigirse y de los servicios que pueden encontrar en cada lugar.

La mayoría de las personas atendidas durante los primeros días llegaban solamente con la ropa que llevaban puesta. Tuvieron que huir de forma repentina y apenas le dio tiempo a llevarse nada con ellos. Viajaron durante días y pasaron por muchas dificultades durante el trayecto. Provienen de un área montañosa, con muchas colinas, y tuvieron que atravesar varios ríos para poder continuar el camino. De hecho, el río que separa Etiopía de Sudán junto a Kassala es bastante caudaloso y la gente tiene que atravesarlo a nado. Otros cruzan en barcas u optan por cruzar por tierra en Lugdi, que está algo más distante.

Los refugiados que llegan en estas últimas semanas explican que ahora resulta más difícil encontrar rutas seguras para llegar a los puntos de cruce hacia Sudán. Muchos de ellos afirman haber pasado varios días escondidos en diferentes lugares hasta poder retomar el camino.

Entre la zona de tránsito y la zona fronteriza de Hamdayet hay graves problemas en cuanto al acceso a refugio, alimentos, saneamiento y agua potable. La mayoría de los refugiados viven en la aldea junto a la comunidad de acogida, mientras que otros viven cerca del mercado, buscando refugio en casas y tiendas abandonadas.

Las principales afecciones médicas que vemos son infecciones del tracto respiratorio, diarrea acuosa aguda y personas con afecciones crónicas de salud, como diabetes e hipertensión. Nuestro personal médico ha tratado varias heridas de bala y metralla y está viendo un incremento de las necesidades relacionadas con la salud mental.

Refugiados etíopes procedentes de Tigray en el campo de Um Rakuba, Sudán.

Campos permanentes en el estado de Gedaref:

Los refugiados son trasladados desde los campos de tránsito y los refugios improvisados a los campamentos oficiales permanentes que hay en el estado de Gedaref: Um Rakuba y, desde hace unos días, también al nuevo campo de Al Tanideba. El transporte de los refugiados desde los campos de recepción fronterizos hasta los campos oficiales supone unas 10-15 horas de viaje en autobuses.

Desde principios de noviembre se trasladan entre 250 y 350 refugiados al día a Um Rakuba, mientras que los traslados a Al Tanideba empezaron a principios de enero, a pesar de que claramente el campo no está preparado para recibir a nadie aún y faltan todo tipo de servicios básicos en él.

Instalamos nuestra primera clínica para atender a los refugiados en este estado el 19 de noviembre y actualmente está incrementando sus operaciones en ambos campos. Nuestros equipos prestan servicios de atención primaria, salud sexual y reproductiva, salud mental, vacunaciones, tratamiento contra la desnutrición, tratamiento de enfermedades crónicas, salud antenatal y dan a las mujeres la posibilidad de poder tener partos seguros. También están poniendo en marcha un servicio de ingresos hospitalarios y trabajan desde hace semanas en mejorar las condiciones de saneamiento, en instalar puntos de agua y en mejorar el acceso a agua potable en los campos.

Para ello, contamos con dos decenas de trabajadores internacionales, aunque la mayor parte de nuestro equipo médico está compuesto por personal local y por los propios refugiadosque se han incorporado a la estructura de nuestra organización.

Refugiados etíopes con sus garrafas en un punto de distribución de agua del campo de refugiados de Um Rakuba, en Sudán.

Antes del conflicto, la población de Tigray era de unos 5,5 millones, incluidos más de 100.000 desplazados internos y 96.000 refugiados que ya dependían de la asistencia alimentaria, según la ONU. Además de las actividades en Tigray, nuestros equipos han proporcionado atención médica a miles de personas desplazadas en la frontera de la región de Amhara desde noviembre. También han apoyado varios centros de salud con suministros médicos e instruido a personal del Ministerio de Sanidad en materia nutricional y en la atención de víctimas de episodios de violencia masiva. Estamos asimismo respondiendo a las necesidades de los refugiados etíopes en Sudán.

 

Informació enviada per Metges Sense Fronteres a la revista (blog) Las afueras.



 

Etiopía: potencial (des)estabilizador en el cuerno de África

Publication date:
01/2021
Author:
Oriol Puig Cepero, investigador, CIDOB

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El Gobierno de Etiopía dio por finalizada la intervención militar en la región de Tigray el pasado mes diciembre, tras cinco semanas de conflicto abierto contra el Frente de Liberación Popular de Tigray (FLPT). La crisis, lejos de finalizar, corre el serio riesgo de enquistarse y convertirse en una guerra de guerrillas. La inestabilidad interna, y la tensión diplomática creciente con Sudán y Egipto, hacen de la Etiopía de Abiy Ahmed un potencial desestabilizador del cuerno de África y el conjunto del continente.  

Etiopía no es cualquier país. Etiopía es un espejo que plasma bondades y desventuras de todo el continente africano. Lejos de las hambrunas de los años 80 que subyacen en nuestro imaginario, Etiopía crece hoy económicamente por encima de la media africana y del mundo; posee voz propia, resistiendo injerencias extranjeras, y presume de orgullo patrio por ser el único territorio no colonizado de África. Sede de la Unión Africana, la llegada al poder en 2018 del Primer Ministro, Abiy Ahmed, reconocido en 2019 con el Premio Nobel de la Paz por finalizar el conflicto duradero con la vecina Eritrea, encarnó la esperanza africana para este siglo. Sólo un año más tarde, el país se erige en foco de inestabilidad interna, regional e internacional. 

Impulsado por una agenda transformadora y las reivindicaciones de su comunidad, la oromo, mayoritaria del país y excluida del poder hasta entonces, la toma de posesión de Ahmed fue en sí misma un hito. Como primer mandatario de este grupo en liderar Etiopía, sus atrevidos primeros pasos fueron aplaudidos alrededor del mundo: acuerdos de paz con insurgentes internos, liberación de presos políticos, aperturas en materia de libertad de prensa y asociación, o nombramiento de la primera presidenta del país. Pronto llegaron las resistencias de sectores políticos, económicos y comunitarios y, con ellas, repliegues sobre los propios avances:  más represión, persecución de la disidencia y limitación de la libertad de información. Una vuelta al punto de partida, aunque con correlaciones de fuerzas distintas.

Una de las causas fundamentales del actual conflicto en Tigray responde a la percepción de pérdida de poder y privilegios de las élites de esa región semiautónoma, constructoras del actual estado etíope. Ellas, junto a jerarquías amhara y oromo, reunidas en el Frente Democrático del Pueblo de Etiopía Revolucionario (EPRDF, por sus siglas en inglés) derrocaron al dictador Mengistu en 1991 y edificaron el vigente modelo de federalismo étnico, un sistema de equilibrio comunitario para procurar apaciguar demandas étnicas. Tras funcionar –o contribuir a la disfunción, según se mire– durante tres décadas, el modelo parece ahora colapsar. El intento de abordar el rol de la etnia en el seno del estado fue a la par arriesgado y meritorio, pero comportó finalmente la departamentalización comunitaria de la administración pública y su patrimonialización por parte de las élites dominantes[CC1] .

Las medidas promovidas por Ahmed a favor de liberalizar el sector público; la  superación de la parcialización tribal mediante una nueva herramienta política, el Partido de la Prosperidad; y un discurso nacional basado en la Gran Etiopía de imperios pasados, fueron percibidas por las élites tigray como una afrenta. Los líderes de la región se declararon en rebeldía y rechazaron asumir mandatos del gobierno central. Un ataque a una base militar fue el pretexto idóneo para iniciar el conflicto. Una muestra más de que las nuevas políticas calentaron los ánimos de los de arriba sin conseguir calmar las reivindicaciones de los abajo, ni atajar la creciente desigualdad. Los recelos étnicos se agravaron y el descontento y la insatisfacción inflamaron el lugar, no sólo en el norte sino también en el sur, en la región de Oromiya, sobre todo tras el asesinato de un conocido activista y cantante. Demasiados frentes abiertos para un joven líder con aires de grandeza.

El bloqueo informativo sobre la guerra en Tigray, la vulneración de derechos humanos por ambas partes en conflicto, según la ONU, y el repliegue, no la derrota, de las autoridades insurgentes, invitan a pensar que lo acontecido en la zona septentrional del país es sólo el principio de una larga inestabilidad en el interior de Etiopía que podría expandirse por la región. La contienda ha desplazado a más de 50.000 refugiados hacia Sudán, y ha revitalizado disputas fronterizas entre los dos estados, con enfrentamientos abiertos y varias muertes. Asimismo, ha evidenciado una nueva alianza, hasta ahora insólita, entre Ahmed y la Eritrea autoritaria de Isaias Afewerki, antigua archienemiga del estado etíope liderado por los tigray, y que ha dado cobertura bélica en los combates contra el FLPT. Errarían los enfoques geopolíticos si obviaran la importancia de las cuestiones étnicas en las susodichas tiranteces. Y es que menospreciar el constructo étnico como herramienta social o confundirlo con etnicismo, que deriva en exclusión o supremacías, no aplaca las identidades, sino que las refuerza. La Gran Etiopía de Ahmed avanza y con ella la escalada de violencias, que podría alcanzar cuotas inimaginables si no se encauza por vías diplomáticas el mayor desafío para la zona en los últimos tiempos: la Gran Presa del Renacimiento.

La construcción y puesta en marcha de esta macro infraestructura construida por Etiopía sobre aguas del Nilo Azul amenaza con detonar un conflicto regional de consecuencias imprevisibles si nadie lo remedia. El gobierno de Ahmed ha empezado a llenar el embalse, el más grande y potente de África, en lo que supone una enmienda a la totalidad al reparto colonial de la gestión de las aguas del río Nilo, basada hasta ahora en acuerdos del Imperio británico de 1929 que favorecían a Egipto y Sudán, con reparticiones del 75% y el 25% respectivamente, y poder de veto sobre el levantamiento de cualquier presa. Etiopía ha dado así un golpe sobre la mesa consciente del tablero geopolítico regional y mundial, en el que históricamente se ha movido con habilidad. Aliado tradicional de Estados Unidos en los últimos años ha intensificado sus relaciones con China y Rusia, y ha tejido sinergias con monarquías del Golfo Pérsico como Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos, que le apoyaron en su conflicto interno. Qatar se inclinó por los insurgentes. A la espera de si Joe Biden revertirá la retirada de tropas en Somalia ordenada por Trump, donde también se juega en gran medida el futuro de África oriental, la carrera meteórica de Ahmed mantiene interrogantes sobre su capacidad de resistencia interna, dependiente de su política de alianzas y, sobre todo, en relación a sus posibilidades –o intereses- en escalar aún más el conflicto con Egipto o Sudán por el agua[CC2] .

Ambas incógnitas son clave para desentrañar si Etiopía acabará representando un remanso de estabilidad regional o, por el contrario, como se augura, podría terminar catalizando viejos fantasmas de violencia étnica y disputas post y neocoloniales. El momento es grave y todos los escenarios están abiertos. Los países del Golfo, la nueva administración estadounidense, Rusia y China, seguro tendrán un papel en lo que acontezca, a pesar de los alardes etíopes de no interferencia. Ahmed, por su parte, queriendo emular a Menelik II, emperador etíope del que se considera heredero, por lo pronto será juzgado por la historia como el Primer Nobel de la Paz en iniciar más rápidamente una guerra.

Palabras clave: Etiopía, Tigray, Abiy Ahmed, África, Sudán, Egipto

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