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Divendres, 22 Novembre 2024

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Imagen de la convocatoria del acto 'Libertad para Palestina'

 

 

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Libertad para Palestina

No a la impunidad, fin de la masacre

Sábado, 17 de febrero, Madrid, Atocha-Cibeles-Sol

Las cifras son a veces como la lluvia; desde lejos, a cubierto, no nos mojan y nos acostumbramos de tal manera a su rumor incesante que al final no las oímos caer. La masacre israelí en Palestina no es la lluvia que cae detrás de la ventana. Es un aguacero que retumba desde hace cuatro meses en la conciencia de la humanidad -el más reciente y atroz de los que sufre el pueblo palestino desde hace 75 años.

En estos cuatro meses han muerto bajo las bombas israelíes más de 27.000 gazatíes, entre ellos 12.000 menores; otros 8.000 se encuentran desaparecidos. Hay además más de 66.000 heridos y unos mil menores con miembros amputados. El personal sanitario y los periodistas son sistemáticamente asesinados o secuestrados. Más de la mitad de los edificios han sido destruidos y un millón setecientos mil palestinos han sido desplazados de sus casas y malviven como refugiados en el sur de Gaza, también sometidos a ataques israelíes. Según las agencias de las Naciones Unidas, la trágica escasez de alimentos expone a la población gazatí a un riesgo inminente de hambruna, mientras que la destrucción de la infraestructura sanitaria y de aguas disparará el número de víctimas mortales entre los heridos, los enfermos crónicos y la infancia aun cuando los ataques concluyan. Esta premeditada destrucción por parte de Israel de todas las estructuras e instituciones necesarias para la vida humana ha llevado a la Corte Internacional de Justicia a declararse competente para investigar la querella sudafricana por un presunto delito de genocidio, una iniciativa que debemos apoyar para poner fin a la impunidad de Israel.

No es lluvia. No es un aguacero. Es una masacre. Conocemos estas cifras y estos datos, renovados fatalmente cada día. Podemos conocer también, si los buscamos, los nombres de los niños asesinados. Hace poco se publicaba una lista provisional encabezada por Abd al-Yawad Mizar Yamal, asesinado sin haber cumplido un año, y cuyo último nombre es el de Ziad Youssef Yunis Abu Assi, un adolescente de diecisiete años. Está bien que no los reduzcamos a un número, que pronunciemos sus nombres en voz alta, que a través del nombre lleguemos a la madre que se lo puso, pero estamos hablando, en cualquier caso, de una lista de muertos. Una lista de miles de asesinados. No es la lista de la escuela ni la de los participantes en una carrera deportiva ni la de los pasajeros de un avión turístico ni la de los asistentes a una boda. De Abd al-Yawad y de Ziad sabemos que están muertos, pero no sabemos que estuvieron vivos. Lo sabrán, si no han muerto también a su lado, sus padres, sus tíos, sus amigos. Es terrible. La historia del pueblo palestino se reduce demasiado a menudo a una larga sucesión de funerales. Una de las grandes injusticias simbólicas que sufre Palestina, en efecto, es el hecho de que (consecuencia de la violencia israelí y del sensacionalismo mediático) nos resulta muy difícil imaginarlos viviendo; los vemos siempre enterrando o llorando a otros palestinos. Los asociamos una y otra vez a la muerte, lo que es también una forma de deshumanizarlos, de privarlos de su pasado y de negarles un futuro. La ocupación israelí los mata porque los ha deshumanizado, pero la ocupación israelí los mata para que no hayan sido nunca humanos: para que no sean más que cifras en un contador creciente de muertos o nombres en una lista infinita de muertos. No son solo eso. Los palestinos que ha matado Israel ¡estaban vivos!; y los que aún no ha matado Israel ¡siguen vivos! Eso quiere decir que, además de gritar nuestra indignación contra los asesinos, antes de gritar ¡viva Palestina libre!, tenemos que clamar ¡viva Palestina viva! Los palestinos asesinados querían ir a la escuela, a la universidad, al café; querían jugar al fútbol, hacer y escuchar música, comer con sus amigos y sus amigas; querían viajar, casarse, ver películas, ir a la playa, hacer planes para el próximo verano. Eso quería Ziad Abu Assi, de diecisiete años. Eso quieren sus amigos aún vivos. Eso quieren querer los palestinos vivos.

Por eso hay que gritar: ¡viva Palestina viva! Y por eso hay que gritar enseguida: ¡viva Palestina libre! ¿Qué significa viva y libre? Significa que los palestinos y las palestinas quieren un cielo libre de aviones y de misiles asesinos en el que puedan enumerar y nombrar las estrellas; quieren una tierra libre de tanques asesinos y colonos asesinos en la que puedan ver crecer un olivo y erguirse una casa; quieren un futuro libre de muerte, en paz, en el que puedan decidir libremente, como pueblo libre, su destino nacional y político.



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