Desde enero hasta el 3 de julio ha habido 5.379 incendios forestales (según fuentes de Protección Civil), de los cuales el 68% quedaron en conato, es decir, en menos de una hectárea porque los operativos, a pesar de las condiciones en las que trabajan, son muy efectivos. En ese periodo ardieron más de 70.000 hectáreas, lo que supone casi el doble de la media de la última década.
Pero los datos no se quedan ahí. Desde el 3 de julio tenemos que contabilizar 12 Grandes Incendios Forestales que han quemado más de 20.000 hectáreas y que se suman a otros 11 Grandes Incendios Forestales desde enero, lo que hacen un total de 23 en lo que va de año (la media de otros años ha sido de 22 GIF). Esto se va a quedar corto seguro porque las cifras no dejan de aumentar. Y queda mucho verano por delante.
Miles de personas evacuadas, animales calcinados, esperanzas rotas y desolación absoluta. Eso es lo que traen las llamas. Están ardiendo nuestras joyas naturales como Las Hurdes, Monfragüe, Valle del Jerte, etc… Dicen que son nuestras joyas pero, ¿las estamos cuidando?
Las llamas visibilizan la crisis de nuestros bosques
Estos días se habla de cómo nos afectan las altas temperaturas. “El suelo arde”, se comenta (concretamente hasta los 60º) y se han confirmado muertes directas por olas de calor. Ese calor sofocante también afecta a nuestros bosques: se secan, son más inflamables y, por tanto, arden con más facilidad, independientemente de la causa. Y si a esto le sumamos una falta de gestión forestal que ha provocado un aumento de combustible por el abandono de las actividades humanas, tenemos un escenario en el que el fuego se alimenta descontroladamente y llega a urbanizaciones, pueblos y casas sin planes preventivos obligatorios. Son los ingredientes perfectos para el caos.
Los incendios están evolucionando por los cambios en un paisaje que acumula combustible y que además sufre los efectos del incremento de olas de calor y sequía prolongadas fruto del cambio climático. A esto se añade que la temporada de riesgo de incendios está aumentando como afirma la AEMET y otras muchas investigaciones como la última del CSIC que concluye que el número de días con riesgo extremo de incendios ha aumentado en todo el mundo y se ha duplicado en la cuenca mediterránea en los últimos 40 años.
Si los incendios son distintos, las soluciones tienen que ser distintas para evitar bombas explosivas de fuego que son imposibles de apagar. Como dice Marc Castellnou, Jefe de los GRAF (Grupo de Refuerzo de Actuaciones Forestales), “la época de la extinción ha terminado, es momento de la gestión de nuestros bosques”.
De poco sirven más aviones (que se necesitan, sí) si no gestionamos nuestros montes con dinero, con inversión y con menos palabrería. Bomberos y bomberas cuentan que echar agua en una situación como la de la imagen de este tuit es como echar un escupitajo al infierno.
Soluciones distintas a incendios distintos
La lucha contra los incendios forestales es una responsabilidad compartida entre los poderes públicos y la sociedad civil. La evolución de incendios a episodios de bombas de fuego requiere debates importantes en terreno como, entre otros muchos, las alternativas al uso cultural del fuego (cada vez hay menos días en que los se puede autorizar quemas) o la necesidad de que en Parques Nacionales u otros espacios con figuras de protección ambiental también tengan actuaciones para prevenir incendios forestales.
Es necesaria una reflexión colectiva, tanto de los poderes públicos, como de la ciudadanía, orientada a replantear el modelo de relación con los ecosistemas y abordar los síntomas en forma de llamas, de enfermedades mucho más graves y profundas: el cambio climático, la pérdida de ecosistemas (cambios de uso de suelo), el despoblamiento y el abandono rural. El mundo rural, nuestros pueblos y su actividad productiva constituyen la oportunidad para dinamizar los pueblos y que se prevenga el desastre. Más allá de discursos sobre el apoyo a la España vaciada, las prioridades deben concretarse en los presupuestos que se destinan. Vamos, en una palabra: dinerito. Si no se hace, lo que perderemos es incalculable.
Desde Greenpeace enviamos mucho ánimo y fuerza a todos los operativos de los incendios activos y a las personas afectadas por el fuego.
Demandas principales de Greenpeace
- La extinción exitosa no resuelve el problema. El 68% de los incendios se quedan en conato. Los grandes incendios forestales son responsables de la mayor parte de la superficie quemada. Es fundamental invertir en el sector primario y en la gestión forestal de nuestros montes.
- Urge priorizar recursos económicos para incentivar la economía rural de los pueblos, fomentando actividades que generen paisajes fragmentados (mosaico) que ayuden a reducir el riesgo de propagación de grandes incendios forestales.
- Cumplimiento de la normativa. Se necesitan planes preventivos en zonas de alto riesgo como marca la Ley de Montes. Esto no se está cumpliendo. Hay que dotar con recursos a los municipios.
- Cumplimiento de los planes de emergencia en zonas de alto riesgo. No se cumple la Directriz Básica de Protección Civil. Una vez más, hay que dotar con recursos a los municipios.
- Comunicación a la ciudadanía de los planes y exigencia de planes de autoprotección.
- Invertir en crear comunidades organizadas y adaptadas que asuman el riesgo de incendio para prevenirlo y mitigarlo.
- La gestión urbanística no ha tenido ni tiene en cuenta el riesgo de incendio forestal. Existen urbanizaciones, viviendas e infraestructuras en zonas de alto riesgo que son indefendibles. Es necesario prohibir las urbanizaciones en estas zonas.
- Los servicios operativos no son infinitos ni omnipresentes y los incendios de alta intensidad suponen riesgos y peligros añadidos. Es urgente que los operativos de extinción tengan condiciones dignas de trabajo todo el año.