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Diumenge, 22 Desembre 2024

Asociación Cultural Las Afueras
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Si muero,

TRASMUNDO

DESPEDIDA

Si muero,
dejad el balcón abierto.
 
El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo).
 
El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento).
 
¡Si muero,
dejad el balcón abierto!

Llagas de amor,

Esta luz, este fuego que devora.
Este paisaje gris que me rodea.
Este dolor por una sola idea.
Esta angustia de cielo, mundo y hora.

Este llanto de sangre que decora
lira sin pulso ya, lúbrica tea.
Este peso del mar que me golpea.
Este alacrán que por mi pecho mora.

Son guirnalda de amor, cama de herido,
donde sin sueño, sueño tu presencia
entre las ruinas de mi pecho hundido.

Y aunque busco la cumbre de prudencia
me da tu corazón valle tendido
con cicuta y pasión de amarga ciencia.

Sonetos del amor oscuro, Federico García Lorca»

Presentamos, por el aniversario 87 del cobarde asesinato al poeta Federico García Lorca, cinco poemas que recuerdan al escritor granadino. España perdió al más sensible poeta entre el 17 y el 19 de agosto de 1936, cuando éste contaba con 38 años. Quede esta breve muestra como un testamento del hondo respeto y cariño que produce García Lorca en la poesía iberoamericana.

A un poeta muerto,

Así como en la roca nunca vemos

La clara flor abrirse,

Entre un pueblo hosco y duro

No brilla hermosamente

El fresco y alto ornato de la vida.

Por esto te mataron, porque eras

Verdor en nuestra tierra árida

Y azul en nuestro oscuro aire.

Leve es la parte de la vida

Que como dioses rescatan los poetas.

El odio y destrucción perduran siempre

Sordamente en la entraña

Toda hiel sempiterna del español terrible,

Que acecha lo cimero

Con su piedra en la mano.

Triste sino nacer

Con algún don ilustre

Aquí, donde los hombres

En su miseria sólo saben

El insulto, la mofa, el recelo profundo

Ante aquel que ilumina las palabras opacas

Por el oculto fuego originario.

La sal de nuestro mundo eras,

Vivo estabas como un rayo de sol,

Y ya es tan sólo tu recuerdo

Quien yerra y pasa, acariciando

El muro de los cuerpos

Con el dejo de las adormideras

Que nuestros predecesores ingirieron

A orillas del olvido.

Si tu ángel acude a la memoria,

Sombras son estos hombres

Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;

La muerte se diría

Más viva que la vida

Porque tú estás con ella,

Pasado el arco de tu vasto imperio,

Poblándola de pájaros y hojas

Con tu gracia y tu juventud incomparables.

Aquí la primavera luce ahora.

Mira los radiantes mancebos

Que vivo tanto amaste

Efímeros pasar junto al fulgor del mar.

Desnudos cuerpos bellos que se llevan

Tras de sí los deseos

Con su exquisita forma, y sólo encierran

Amargo zumo, que no alberga su espíritu

Un destello de amor ni de alto pensamiento.

Igual todo prosigue,

Como entonces, tan mágico,

Que parece imposible

La sombra en que has caído.

Mas un inmenso afán oculto advierte

Que su ignoto aguijón tan sólo puede

Aplacarse en nosotros con la muerte,

Como el afán del agua,

A quien no basta esculpirse en las olas,

Sino perderse anónima

En los limbos del mar.

Pero antes no sabías

La realidad más honda de este mundo:

El odio, el triste odio de los hombres,

Que en ti señalar quiso

Por el acero horrible su victoria,

Con tu angustia postrera

Bajo la luz tranquila de Granada,

Distante entre cipreses y laureles,

Y entre tus propias gentes

Y por las mismas manos

Que un día servilmente te halagaran.

Para el poeta la muerte es la victoria;

Un viento demoníaco le impulsa por la vida,

Y si una fuerza ciega

Sin comprensión de amor

Transforma por un crimen

A ti, cantor, en héroe,

Contempla en cambio, hermano,

Cómo entre la tristeza y el desdén

Un poder más magnánimo permite a tus amigos

En un rincón pudrirse libremente.

Tenga tu sombra paz,

Busque otros valles,

Un río donde del viento

Se lleve los sonidos entre juncos

Y lirios y el encanto

Tan viejo de las aguas elocuentes,

En donde el eco como la gloria humana ruede,

Como ella de remoto,

Ajeno como ella y tan estéril.

Halle tu gran afán enajenado

El puro amor de un dios adolescente

Entre el verdor de las rosas eternas;

Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,

Tras de tanto dolor y dejamiento,

Con su propia grandeza nos advierte

De alguna mente creadora inmensa,

Que concibe al poeta cual lengua de su gloria

Y luego le consuela a través de la muerte.

Luis Cernuda

Elegía primera,

Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,

y en traje de cañón, las parameras

donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,

y llueve sal, y esparce calaveras.

Verdura de las eras,

¿qué tiempo prevalece la alegría?

El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas

y hace brotar la sombra más sombría.

El dolor y su manto

vienen una vez más a nuestro encuentro.

Y una vez más al callejón del llanto

lluviosamente entro.

Siempre me veo dentro

de esta sombra de acíbar revocada,

amasado con ojos y bordones,

que un candil de agonía tiene puesto a la entrada

y un rabioso collar de corazones.

Llorar dentro de un pozo,

en la misma raíz desconsolada

del agua, del sollozo,

del corazón quisiera:

donde nadie me viera la voz ni la mirada,

ni restos de mis lágrimas me viera.

Entro despacio, se me cae la frente

despacio, el corazón se me desgarra

despacio, y despaciosa y negramente

vuelvo a llorar al pie de una guitarra.

Entre todos los muertos de elegía,

sin olvidar el eco de ninguno,

por haber resonado más en el alma mía,

la mano de mi llanto escoge uno.

Federico García

hasta ayer se llamó: polvo se llama.

Ayer tuvo un espacio bajo el día

que hoy el hoyo le da bajo la grama.

¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!

Tu agitada alegría,

que agitaba columnas y alfileres,

de tus dientes arrancas y sacudes,

y ya te pones triste, y sólo quieres

ya el paraíso de los ataúdes.

Vestido de esqueleto,

durmiéndote de plomo,

de indiferencia armado y de respeto,

te veo entre tus cejas si me asomo.

Se ha llevado tu vida de palomo,

que ceñía de espuma

y de arrullos el cielo y las ventanas,

como un raudal de pluma

el viento que se lleva las semanas.

Primo de las manzanas,

no podrá con tu savia la carcoma,

no podrá con tu muerte la lengua del gusano,

y para dar salud fiera a su poma

elegirá tus huesos el manzano.

Cegado el manantial de tu saliva,

hijo de la paloma,

nieto del ruiseñor y de la oliva:

serás, mientras la tierra vaya y vuelva,

esposo siempre de la siempreviva,

estiércol padre de la madreselva.

¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,

pero qué injustamente arrebatada!

No sabe andar despacio, y acuchilla

cuando menos se espera su turbia cuchillada.

Tú, el más firme edificio, destruido,

tú, el gavilán más alto, desplomado,

tú, el más grande rugido,

callado, y más callado, y más callado.

Caiga tu alegre sangre de granado,

como un derrumbamiento de martillos feroces,

sobre quien te detuvo mortalmente.

Salivazos y hoces

caigan sobre la mancha de su frente.

Muere un poeta y la creación se siente

herida y moribunda en las entrañas.

Un cósmico temblor de escalofríos

mueve temiblemente las montañas,

un resplandor de muerte la matriz de los ríos.

Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,

veo un bosque de ojos nunca enjutos,

avenidas de lágrimas y mantos:

y en torbellino de hojas y de vientos,

lutos tras otros lutos y otros lutos,

llantos tras otros llantos y otros llantos.

No aventarán, no arrastrarán tus huesos,

volcán de arrope, trueno de panales,

poeta entretejido, dulce, amargo,

que al calor de los besos

sentiste, entre dos largas hileras de puñales,

largo amor, muerte larga, fuego largo.

Por hacer a tu muerte compañía,

vienen poblando todos los rincones

del cielo y de la tierra bandadas de armonía,

relámpagos de azules vibraciones.

Crótalos granizados a montones,

batallones de flautas, panderos y gitanos,

ráfagas de abejorros y violines,

tormentas de guitarras y pianos,

irrupciones de trompas y clarines.

Pero el silencio puede más que tanto instrumento.

Silencioso, desierto, polvoriento

en la muerte desierta,

parece que tu lengua, que tu aliento,

los ha cerrado el golpe de una puerta.

Como si paseara con tu sombra,

paseo con la mía

por una tierra que el silencio alfombra,

que el ciprés apetece más sombría.

Rodea mi garganta tu agonía

como un hierro de horca

y pruebo una bebida funeraria.

Tú sabes, Federico García Lorca,

que soy de los que gozan una muerte diaria.

Miguel Hernández

Angustia cuarta,

Federico

Toco a la puerta de un romance.

-¿No anda por aquí Federico?

-Un papagayo me contesta:

-Ha salido.

Toco a una puerta de cristal.

-¿No anda por aquí Federico?

Viene una mano y me señala:

-Está en el río.

Toco a la puerta de un gitano.

-¿No anda por aquí Federico?

Nadie responde, no habla nadie…

-¡Federico! ¡Federico!

La casa oscura, vacía;

negro musgo en las paredes;

brocal de pozo sin cubo,

jardín de lagartos verdes.

Sobre la tierra mullida

caracoles que se mueven,

y el rojo viento de julio

entre las ruinas, meciéndose.

¡Federico!

¿Dónde el gitano se muere?

¿Dónde sus ojos se enfrían?

¿Dónde estará, que no viene!

(Una canción)

Salió el domingo, de noche,

salió el domingo, y no vuelve.

Llevaba en la mano un lirio,

llevaba en los ojos fiebre;

el lirio se tornó sangre,

la sangre tornóse muerte.

(Momento en García Lorca)

Soñaba Federico en nardo y cera,

y aceituna y clavel y luna fría.

Federico, Granada y Primavera.

En afilada soledad dormía,

al pie de sus ambiguos limoneros,

echado musical junto a la vía.

Alta la noche, ardiente de luceros,

arrastraba su cola transparente

por todos los caminos carreteros.

«¡Federico!», gritaron de repente,

con las manos inmóviles, atadas,

gitanos que pasaban lentamente.

¡Qué voz la de sus venas desangradas!

¡Qué ardor el de sus cuerpos ateridos!

¡Qué suaves sus pisadas, sus pisadas!

Iban verdes, recién anochecidos;

en el duro camino invertebrado

caminaban descalzos los sentidos.

Alzòse Federico, en luz bañado.

Federico, Granada y Primavera.

Y con luna y clavel y nardo y cera,

los siguió por el monte perfumado.

Nicolás Guillén

El crimen fue en Granada,

A Federico García Lorca

I

El crimen

Se le vio, caminando entre fusiles,

por una calle larga,

salir al campo frío,

aún con estrellas de la madrugada.

Mataron a Federico

cuando la luz asomaba.

El pelotón de verdugos

no osó mirarle la cara.

Todos cerraron los ojos;

rezaron: ¡ni Dios te salva!

Muerto cayó Federico

—sangre en la frente y plomo en las entrañas—

… Que fue en Granada el crimen

sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.

II

El poeta y la muerte

Se le vio caminar solo con Ella,

sin miedo a su guadaña.

—Ya el sol en torre y torre, los martillos

en yunque— yunque y yunque de las fraguas.

Hablaba Federico,

requebrando a la muerte. Ella escuchaba.

«Porque ayer en mi verso, compañera,

sonaba el golpe de tus secas palmas,

y diste el hielo a mi cantar, y el filo

a mi tragedia de tu hoz de plata,

te cantaré la carne que no tienes,

los ojos que te faltan,

tus cabellos que el viento sacudía,

los rojos labios donde te besaban…

Hoy como ayer, gitana, muerte mía,

qué bien contigo a solas,

por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»

III

Se le vio caminar…

Labrad, amigos,

de piedra y sueño en el Alhambra,

un túmulo al poeta,

sobre una fuente donde llore el agua,

y eternamente diga:

el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!

Oda a Federico García Lorca

Si pudiera llorar de miedo en una casa sola,

si pudiera sacarme los ojos y comérmelos,

lo haría por tu voz de naranjo enlutado

y por tu poesía que sale dando gritos.

Porque por ti pintan de azul los hospitales

y crecen las escuelas y los barrios marítimos,

y se pueblan de plumas los ángeles heridos,

y se cubren de escamas los pescados nupciales,

y van volando al cielo los erizos:

por ti las sastrerías con sus negras membranas

se llenan de cucharas y de sangre

y tragan cintas rotas, y se matan a besos,

y se visten de blanco.

Cuando vuelas vestido de durazno,

cuando ríes con risa de arroz huracanado,

cuando para cantar sacudes las arterias y los dientes,

la garganta y los dedos,

me moriría por lo dulce que eres,

me moriría por los lagos rojos

en donde en medio del otoño vives

con un corcel caído y un dios ensangrentado,

me moriría por los cementerios

que como cenicientos ríos pasan

con agua y tumbas,

de noche, entre campanas ahogadas:

ríos espesos como dormitorios

de soldados enfermos, que de súbito crecen

hacia la muerte en ríos con números de mármol

y coronas podridas, y aceites funerales:

me moriría por verte de noche

mirar pasar las cruces anegadas,

de pie llorando,

porque ante el río de la muerte lloras

abandonadamente, heridamente,

lloras llorando, con los ojos llenos

de lágrimas, de lágrimas, de lágrimas.

Si pudiera de noche, perdidamente solo,

acumular olvido y sombra y humo

sobre ferrocarriles y vapores,

con un embudo negro,

mordiendo las cenizas,

lo haría por el árbol en que creces,

por los nidos de aguas doradas que reúnes,

y por la enredadera que te cubre los huesos

comunicándote el secreto de la noche.

Ciudades con olor a cebolla mojada

esperan que tú pases cantando roncamente,

y silenciosos barcos de esperma te persiguen,

y golondrinas verdes hacen nido en tu pelo,

y además caracoles y semanas,

mástiles enrollados y cerezas

definitivamente circulan cuando asoman

tu pálida cabeza de quince ojos

y tu boca de sangre sumergida.

Si pudiera llenar de hollín las alcaldías

y, sollozando, derribar relojes,

sería para ver cuándo a tu casa

llega el verano con los labios rotos,

llegan muchas personas de traje agonizante,

llegan regiones de triste esplendor,

llegan arados muertos y amapolas,

llegan enterradores y jinetes,

llegan planetas y mapas con sangre,

llegan buzos cubiertos de ceniza,

llegan enmascarados arrastrando doncellas

atravesadas por grandes cuchillos,

llegan raíces, venas, hospitales,

manantiales, hormigas,

llega la noche con la cama en donde

muere entre las arañas un húsar solitario,

llega una rosa de odio y alfileres,

llega una embarcación amarillenta,

llega un día de viento con un niño,

llego yo con Oliverio, Norah

Vicente Aleixandre, Delia,

Maruca, Malva Marina, María Luisa y Larco,

la Rubia, Rafael Ugarte,

Cotapos, Rafael Alberti,

Carlos, Bebé, Manolo Altolaguirre,

Molinari,

Rosales, Concha Méndez,

y otros que se me olvidan.

Ven a que te corone, joven de la salud

y de la mariposa, joven puro

como un negro relámpago perpetuamente libre,

y conversando entre nosotros,

ahora, cuando no queda nadie entre las rocas,

hablemos sencillamente como eres tú y soy yo:

para qué sirven los versos si no es para el rocío?

Para qué sirven los versos si no es para esa noche

en que un puñal amargo nos averigua, para ese día,

para ese crepúsculo, para ese rincón roto

donde el golpeado corazón del hombre se dispone a morir?

Sobre todo de noche,

de noche hay muchas estrellas,

todas dentro de un río

como una cinta junto a las ventanas

de las casas llenas de pobres gentes.

Alguien se les ha muerto, tal vez

han perdido sus colocaciones en las oficinas,

en los hospitales, en los ascensores,

en las minas,

sufren los seres tercamente heridos

y hay propósito y llanto en todas partes:

mientras las estrellas corren dentro de un río interminable

hay mucho llanto en las ventanas,

los umbrales están gastados por el llanto,

las alcobas están mojadas por el llanto

que llega en forma de ola a morder las alfombras.

Federico,

tú ves el mundo, las calles,

el vinagre,

las despedidas en las estaciones

cuando el humo levanta sus ruedas decisivas

hacia donde no hay nada sino algunas

separaciones, piedras, vías férreas.

Hay tantas gentes haciendo preguntas

por todas partes.

Hay el ciego sangriento, y el iracundo, y el

desanimado,

y el miserable, el árbol de las uñas,

el bandolero con la envidia a cuestas.

Así es la vida, Federico, aquí tienes

las cosas que te puede ofrecer mi amistad

de melancólico varón varonil.

Ya sabes por ti mismo muchas cosas.

Y otras irás sabiendo lentamente.

Pablo Neruda

 
Poesía Panhispánica.

Poemas en homenaje a Federico García Lorca

 
 


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