Elecciones europeas
Este domingo concluyeron las elecciones europeas eligiendo a los diputados y diputadas que conformarán la décima legislatura. Nunca está de más recordar que estas elecciones son aprovechadas como el maquillaje perfecto para renovar el entramado de gobernanza de la UE (Parlamento y Comisión Europea). Intentando, con la convocatoria electoral, esquivar la imagen de un aparato burocrático estructurado jerárquicamente con escaso control democrático que responde a un equilibrio de poderes de estados a partir de la hegemonía del eje Berlín-París. Este proceso concluirá, meses más tarde, con la ratificación del Parlamento a la presidenta/presidente de la Comisión Europea y del consejo de comisarios previamente negociado por los estados miembros.
Quizás el titular más destacado de esta convocatoria electoral sea el crecimiento de la extrema derecha que consolida una derechización de la UE que lleva tiempo larvándose. La actual dispersión de extrema derecha, en tres grupos en la eurocámara, difumina la imagen de su resultado electoral, pero no se puede obviar que ha sido la segunda fuerza más votada de Europa con algo más del 20% de los votos por delante de los socialdemócratas. De esta forma, la ultraderecha ha conseguido ser la primera fuerza en: Italia, Francia, Hungría, Bélgica, Austria y Polonia, y segunda fuerza en Alemania y Países Bajos, mientras el Partido Socialista europeo solo ha conseguido ganar en Suecia, Rumanía, Malta y empatar en Portugal con la derecha.
El partido de Le Pen, Reagrupamiento Nacional (RN), ha conseguido no solo volver a ganar en Francia por tercera vez consecutiva en unas elecciones europeas, doblando en votos al partido de gobierno, sino también ser el partido con más diputados en la eurocámara, una buena muestra de la pujanza de la extrema derecha europea. Un resultado que ha generado un auténtico terremoto en el país galo, en donde Macron se ha visto obligado a convocar unas elecciones legislativas de urgencia.
De hecho, la extrema derecha no ha dejado de crecer en Europa desde principios de siglo, de apenas conseguir los diputados para formar grupo en la eurocámara a ser la segunda fuerza más votada en estas elecciones. En una década han doblado sus apoyos y se perfilan como una fuerza que puede determinar mayorías parlamentarias en la próxima legislatura. La burocracia eurócrata de Bruselas considera muy seriamente esta posibilidad y, para ello, ha comenzado toda una campaña para diferenciar entre una extrema derecha buena y una extrema derecha mala; es decir, entre aquella extrema derecha que asume sin ambages la política económica neoliberal, la remilitarización y la subordinación geoestratégica a las élites europeas y la OTAN, y aquella otra que todavía las cuestiona, aunque cada vez más tímidamente.
En la propia campaña electoral, la candidata del PPE a revalidar la presidencia del colegio de comisarios, Ursula von der Leyen, ha abierto la puerta de par en par a pactar con una parte de la extrema derecha representada por Meloni, la «extrema derecha buena». En este sentido, el propio presidente del Partido Popular Europeo (PPE), el alemán Manfred Weber, ya se mostró favorable a llegar a acuerdos con la extrema derecha después de una reunión con la presidenta italiana Georgia Meloni el año pasado. Acercamientos que contribuyen a normalizar a la extrema derecha como un socio aceptable, legitimando no sólo su espacio político, sino también sus políticas y discursos de odio que cada vez ganan más audiencia entre el electorado europeo. Esta es una buena muestra del rol protagónico que se le augura a la extrema derecha en esta legislatura que comienza, en la que serán una pieza clave para conseguir mayorías parlamentarias.
En este sentido, parece que Le Pen no se quiere quedar otra vez fuera de esta operación de lavado de cara, es consciente que tiene que terminar de concluir su particular proceso de desdiabolización, no solo para pintar algo en el próximo Parlamento Europeo, sino sobre todo para tener alguna posibilidad en las presidenciales francesas del próximo año. De esta forma, la ultraderechista francesa ha tocado la puerta de Meloni para intentar unir fuerzas y convertirse en la segunda fuerza política de la eurocámara. En las próximas tres semanas, periodo en el que se tienen que conformar los grupos políticos en el Parlamento Europeo, descifraremos la incógnita de por quién se ha decantado Meloni. Por los cantos de sirena del grupo Popular o por liderar un gran grupo de la extrema derecha. El propio Jorge Buxadé (Vox), le ha recordado en campaña a Alberto Núñez Feijóo: «No te emociones porque Giorgia Meloni es una de los nuestros». Parece que se auguran interesantes y complejas semanas en el marco de la derecha y la extrema derecha para terminar de ver como se configuran finalmente los grupos políticos en la eurocámara.
Quizás, otro de los titulares que nos deja estas elecciones es la tendencia de erosión del bipartidismo europeo, si ya en 2019, por primera vez en la historia del Parlamento Europeo, Populares (PPE) y Socialdemócratas (S&D) no consiguieron sumar mayoría absoluta. En estas elecciones, cinco años después, los socialistas dejan de ser la segunda fuerza más votada, para ser relegados por la extrema derecha a una histórica tercera plaza. Los números no dan con socialistas y populares y cada vez necesitan ampliar más con nuevas fuerzas la llamada gran coalición que hasta ahora ha gobernado Europa.
De hecho, ya en la pasada legislatura, especialmente los liberales de Renew Europe y en algunas ocasiones los Verdes, han sido fundamentales para configurar mayorías en el parlamento y aprobar las grandes medidas de esta legislatura (Pacto Verde, remilitarización europea, Pacto de Migración y Asilo, etc). Han sido justamente estos dos grupos, tanto Renew Europe como los Verdes los que han sufrido un desgaste electoral más fuerte en estas elecciones, perdiendo 20 y 18 escaños respectivamente. Si en 2019 crecieron, en cierta medida, como fuerzas renovadoras y modernizadoras de una caduca gobernanza bipartidista, no haber cumplido las expectativas les llevado a pagar un alto coste electoral. A pesar de ello se antojan como dos fuerzas fundamentales para poder asegurar las mayorías de la gran coalición.
Quizás el ejemplo más claro del desgaste de la fórmula política de Renew Europe lo encarna Emanuel Macron en Francia, donde su partido no ha llegado ni al 15% de los votos. Macron representa un tipo de figura política vacía, estandarte de una salida del bloque de poder a su propia crisis de representación y a la corrupción de los grandes partidos, que se vendió como una fórmula que condensaba el extremo centro en un único partido. Un modelo de político proveniente del mundo de la gestión empresarial y percibido, precisamente, como un gestor de la difusa «sociedad civil» pero garante del (des)orden neoliberal. En resumen: una suerte de outsider para mantener el statu quo.
De hecho, Macron se suma a una tendencia global de emergencia de caudillos populistas neoliberales autoritarios que provenientes del mundo empresarial/financiero han dejado de confiar en los políticos profesionales para encabezar ellos mismos sus intereses como elite desde la primera línea de la política. Estas elecciones no solo han sentenciado el declive del macronismo como príncipe del europeísmo neoliberal que venía a sustituir la gran coalición, sino también abre un escenario incierto para el adelanto electoral de las legislativas (junio) y para las presidenciales francesas. En este sentido, los que intentaron presentarse como los representantes del macronismo hispánico, Ciudadanos, definitivamente han terminado de morir en estas elecciones, pasando de ocho eurodiputados a ninguno.
Parece que podemos tener un nuevo grupo en el Parlamento Europeo en torno a los italianos de Cinco Estrellas y a las alemanas de Alianza Sahra Wagenknecht –Por la Razón y la Justicia–. Un espacio político poco definido construido sobre los partidos que tienen en común su difícil encaje en alguno de los otros grupos constituidos en el parlamento, ya sean por diferencias políticas o por vetos de otras fuerzas, como ha sido históricamente el caso con Cinco Estrellas. Un grupo parecido a lo que fue en la legislatura del 2014/2019 Europa de la Libertad y la Democracia Directa (EFDD). Aunque todavía está por ver si consiguen aliados para cumplir la regla parlamentaria de un mínimo de 25 diputados de al menos siete países distintos de la UE.
Más de cien diputados electos no tienen grupo claro en el Parlamento Europeo, una buena muestra del peso que ha tenido en estas elecciones el voto de protesta anti-política, outsider de los grupos establecidas en el Parlamento Europeo. Un buen ejemplo de este fenómeno son Fidias Panayiotou, un tiktoker chipriota de 24 años, que ha sido la segunda fuerza consiguiendo dos plazas en el Parlamento Europeo con más de 20% de los votos, y Alvise Pérez, el candidato de Se Acabó La Fiesta, una de las sorpresas de la jornada electoral que en España ha conseguido tres eurodiputados con 800.000 votos.
Un voto de protesta movilizado para «recuperar la democracia secuestrada» por la oligarquía política corrupta, denominada tradicionalmente por la ultraderecha como «partidocracia», con la consecuente defensa de una especie de antipolítica. El éxito electoral tras esa bandera que aspira a rescatar una democracia secuestrada por las élites no se puede entender sin valorar el déficit democrático de las sociedades en las que surge. En este sentido no es casual que se exprese especialmente en las elecciones europeas; de la trasformación sistémica de una sociedad globalizada; y de la deslegitimación de la política y de lo político que se ha producido en su seno ante la devaluación de las ideologías. En el marco dentro y fuera del sistema, el afuera sigue reclutando cada vez más peso político en el Parlamento Europeo.
La izquierda puede que siga ocupando la última plaza del Parlamento Europeo a la espera de la creación de algún grupo nuevo, pero, a diferencia del 2019, consigue mitigar su caída e incluso puede crecer levemente en número, cuando se confirme en las próximas semanas el reparto de los diputados nuevos no inscritos a ningún grupo. Especialmente relevantes han sido los resultados en Finlandia, segunda fuerza; Italia, donde recupera la representación la izquierda; y el de Francia Insumisa, que aporta el grupo más numeroso de diputados para la izquierda.
Estas elecciones han vuelto a mostrar la pérdida creciente de legitimidad por parte de la UE entre sectores sociales de toda Europa, la abstención vuelve a ganar en casi todos los países. A la UE le cuesta cada vez más ser asociada con aquellos supuestos «valores europeos» como democracia, progreso, bienestar o derechos humanos. Una crisis orgánica en todo el sentido gramsciano del término, resultado y profundización de la crisis del modelo post-Maastricht del capitalismo europeo que ha supuesto una verdadera camisa de fuerza neoliberal, con una letal combinación de austeridad, libre comercio, deuda predatoria y trabajo precario y mal pagado, ADN del actual capitalismo financiarizado.
Esta crisis de legitimidad e institucionalidad no solo hace que las decisiones comunitarias intenten esquivar a toda costa los parlamentos nacionales, sino que también consigue que cualquier referéndum o consulta a la ciudadanía que incumba directa o indirectamente a cuestiones europeas sea mirado con recelo y pavor. Cada día más personas despiertan del sueño europeo y se encuentran a la deriva entre un europeísmo neoliberal y militarista abanderado por las élites de la UE y un nacionalismo excluyente en auge a escala estatal. Una crisis orgánica del proyecto de la UE que genera vacíos propicios para mutaciones, reajustes, recomposiciones, y sobre todo para los monstruos como hemos visto en estas elecciones.
Unas elecciones que confirman: el giro de Europa hacia la derecha, en donde la extrema derecha ya no aparece como euro-escéptica sino como euro-reformista, reservándose un asiento en la gobernanza de la UE; la quiebra de las antiguas mayorías de la gran coalición; el final del macronismo y su intento de gran extremo centro europeo; el aumento de las opciones outsiders de protesta anti-sistema y anti-políticas; y el crecimiento de la abstención y el desencanto europeo con la maquinaria de la UE. Todo ello en un contexto en el que los tambores de guerra no paran de resonar en las cancillerías, acercándonos peligrosamente al escenario de una nueva confrontación bélica mundial, con el telón de fondo de la emergencia climática y el desmantelamiento de la gobernanza multilateral y del derecho internacional que ha regido el mundo después de la Segunda Guerra Mundial.
Un peligroso cóctel que augura nuevos conflictos, una recomposición de actores, una ampliación del campo de batalla y, sobre todo, una aceleración de nuevas y viejas tendencias. Aunque una lección destaca sobre el resto en estas elecciones europeas, cuando siembras políticas de extrema derecha -el Pacto Migratorio ha sido uno de tantos ejemplos- recoges… extrema derecha.
Fuente: Viento Sur
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