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Dissabte, 23 Novembre 2024

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25 de Marzo, orgullo bellotero

25 de Marzo, orgullo bellotero

“Cuando el hambre los obliga a ir a bellotas, no hay quien los convenza de que cometen un delito: las bellotas, dicen, las crían las encinas, y estas son hijas de la tierra, no las han plantado los propietarios de las fincas. Tan arraigada tienen los pobres esta idea que solo por la fuerza se someten”
Alberto Merino, El obrero del campo, 1912

Bellotero, yuntero, Reforma Agraria. Palabras sin las que no se puede entender la historia de Extremadura. Palabras que deberían enseñarse o recordarse en las escuelas, porque quienes pierden sus orígenes pierden su identidad y quienes olvidan de dónde vienen acaban atrapados en el imaginario de los poderosos.

Durante más de un siglo la palabra bellotero no era, como ocurre hoy, una alusión ya sea amistosa o burlesca a la condición de extremeño. No se refería al paisaje de encinas ni a la riqueza porcina de Extremadura. Y mucho menos a ese cuentecillo ternurista que identifica los calificativos de bellotero y mangurrino con pacense y cacereño, relacionando la disposición geográfica de las dos provincias con las partes de la bellota, abajo la del fruto en sí y arriba la del cascabullo que la une a la rama del árbol. Los belloteros eran los valientes jornaleros que entraban en los latifundios a por bellotas, a por leña o a por aceitunas, desafiando las escopetas de los guardas y el peligro de la denuncia o la paliza de la Guardia Civil. Fueron, en expresión de Víctor Chamorro, “los primeros revolucionarios que se enfrentaron al poder terrible de los caciques”, los que afirmaban con su arrojo que el derecho de existencia de ellos y sus familias se anteponía al sacrosanto derecho a la propiedad.

“Con traje de pana y mi boina puesta/soy el mas bonico que llega a la fiesta./ Y bailo con Juana y bailo con Pepa,/Y me desbelloto en las discotecas”. Esta es una de las estrofas de Bellotero Pop, una canción de 1974 con la que Fernando Esteso alcanzaría una gran popularidad. Ataviado con boina, garrota y abarcas, y acompañando la grotesca letra con berridos y regüeldos varios, Esteso interpretaba así el estereotipo del paleto a la vez tarugo y salido. El franquismo sociológico con su lastre de represión sexual y el afán de desclasamiento producían este tipo de estragos artísticos. La canción contribuiría a consolidar un significado de la palabra bellotero que la asociaba con el de bruto, ignorante o zoquete. No es extraño que por aquellas fechas el término suscitara el rechazo de la gente menos acomodaticia de Extremadura. En abril de 1976, en una entrevista publicada por el diario Hoy, José Carlos Duque preguntaba al pintor Antonio Vaquero Poblador si no iba siendo hora de que Extremadura fuese contestataria, “incluso en aquellos acontecimientos tan simples como un teatro cuando se les llama belloteros delante de sus mismas narices”. El periodista se refería sin duda a las recientes actuaciones de Fernando Esteso en Badajoz, Mérida y Plasencia. Esto es lo que contestaba el pintor: “Me parece una utopía hablar de Extremadura contestataria. Si la gente va a aplaudir que les llamen bellotero, se rompe el arpa (como diría Pacheco). Si en esta tierra todavía hay personas que dicen “Mi amo…” el alba está lejana”.

A Víctor Chamorro se le llevaban los demonios con la malversación que había sufrido la palabra bellotero y la estúpida pugna entre pacenses y cacereños. Fíjate con qué trivialidad esta lucha del hombre hambriento, que le roba al cerdo lo que el cerdo ha despreciado, pasa de generación en generación. A nosotros los de Cáceres nos llaman mangurrinos, los cerdos chicos, y nosotros a los de Badajoz les llamamos belloteros. En lugar de decir, “Vamos a llamar bellotero al extremeño o extremeña que más destaque por algo que haya hecho bueno”. No, yo he ido por los Hogares y Casas de Extremadura, y el de Badajoz le decía al de Cáceres, “Eh mangurrino, con condescendencia amical ¡Cómo se escribe la historia!”

Los belloteros, mártires anónimos de Extremadura

“Le salieron uno por cada cuneta y le gritaron: –¡Alto ahí, Jaramago! Iban arrebujados en sus gruesos capotes, y cuando El Jaramago los vio se quedó sin aliento, enteramente como una pavesa. Ni siquiera tuvo fuerzas para regatearles la libertad (…) Más tarde se supo que una mujer alborotada corría por la Calle de los Pobres como un relámpago (…): –¡Por las llagas de Cristo, suelten a mi marido! ¡Si hasta a mis hijos les brincan los dientes de hambre!”
Les brincaban los dientes, cuento de Cándido Sanz Vera

El martirologio bellotero. Víctor Chamorro acuñaría esta expresión para referirse a la historia de coraje y sacrificio que, durante más de un siglo, protagonizarán decenas de miles de hombres y mujeres de Extremadura. El relato comienza a mediados del siglo XIX, con el violento reajuste del sistema de propiedad que supondrán las desamortizaciones. La de Madoz, en 1855, privatizará más de un millón de hectáreas en Extremadura y tendrá unos efectos devastadores para los campesinos sin tierra. La desamortización saca a subasta “el último asidero de la pobreza: el bosque comunal, el ejido, que era la fuente de subsistencia de los que no tenían nada”.  El latifundio, el pecado original de Extremadura, se extiende y los más pobres son condenados a elegir entre la emigración y la intemperie. El bracero, señala Chamorro, “perdió la última oportunidad no ya de poseer un pedacito de tierra sino de caza, leña, pastos, espigueo, pastoreo sobre rastrojos y carboneo en ejidos y montes comunales”. El regeneracionista Joaquín Costa lo describió de forma metafórica: “Estos bienes eran el pan de los pobres, sus minas de oro, sus fondos de reserva”.

Los terratenientes cercan sus nuevas propiedades y establecen que “todo lo que se mueva dentro del fundo tiene carácter cinegético”. Empiezan así a producirse las primeras víctimas, cuyo delito consiste en intentar llevar a los hijos un poco de pan. Y al tiempo surgen la primeras respuestas, los embriones de un gran movimiento popular. En el sexenio revolucionario, entre 1868 y 1874, Extremadura vivirá un periodo de intensa agitación campesina, en el que se producirán importantes luchas por recuperar los bienes comunales y las primeras ocupaciones de tierra. Fernando Sánchez Marroyo lo relata de forma pormenorizada.“A fines de 1868 un buen número de vecinos de Salvatierra de los Barros invaden tumultuariamente la Dehesa del Portero y, tras haberse apoderado de la bellota, talan las encinas”. Dos años más tarde, en Salvaleón, los jornaleros invaden colectivamente los latifundios y se apropian de la bellota. En Higuera la Real son más de 300 los que asaltan las fincas. Y en 1871 serán los campesinos sin tierra de Llera, armados de hachas, los que invadan las dehesas del término de Hornachos.

Los campesinos han visto cómo se les robaban las tierras comunales, sobre las que tenían derechos de aprovechamiento históricos cuando no ancestrales y no estaban dispuestos a aceptarlo. Es un proceso que se da en toda Europa, pero de forma mucho más intensa en las zonas de latifundio. Desposeer a los campesinos, privarles del acceso a los bienes comunes es una palanca indispensable para la acumulación originaria y el despliegue del capitalismo.

El movimiento va ampliando sus repertorios de lucha, desde el incendio selectivo al derrumbamiento de cercas, la caza furtiva o el motín de consumo. Pero entre todos hay un recurso que aparecerá en los momentos de más potencia organizativa: la recolección o el rebusco colectivo de la bellota. En Alconchel, en 1896, un grupo de 60 hombres marcha a la dehesa para exigir una peseta o una cantidad equivalente en bellotas. Al año siguiente, serán procesadas por hurto 91 personas en Villalba de los Barros. Quien cuenta todo esto es ahora el historiador alemán Martín Baumeister, el autor de uno de los mejores libros que se han escrito sobre la historia de Extremadura, Campesinos sin tierra. Solo en Badajoz, durante el otoño de 1903 y el invierno de 1904 se producirán alrededor de 340 detenciones por hurtos en las fincas y hurtos de leña, de los que el 75% son hurtos de bellotas. “Las amplias y solitarias dehesas se convirtieron en escenario de una enconada lucha cuerpo a cuerpo entre ladrones y guardas”, escribe Baumeister, que cita el crimen de un bellotero en el invierno de 1895 en Badajoz, muerto por el disparo a bocajarro del guarda de una finca.

No, no son simples delitos, como se empeñan en presentarlos los terratenientes y los políticos de la Restauración. Son la contestación de la criatura oprimida, la resistencia a la privatización de la tierra y a la proletarización del trabajo. Son las rebeldías primitivas de una comunidad que se resiste a aceptar las nuevas relaciones de propiedad.

En las primeras décadas del siglo XX el movimiento campesino se fortalece, combinando viejas y nuevas formas de lucha. Las sociedades de resistencia dan paso a los sindicatos y, de forma creciente, el motín pierde peso en beneficio de la huelga. Pero la acción individual y colectiva en la dehesa, la lucha directa por los frutos, no cesa en ningún momento. En 1909 es en Nogales, donde los parados deciden comenzar a recoger bellotas abiertamente para asegurarse la alimentación de sus hijos. Tres años más tarde en Fregenal de la Sierra se producen graves desórdenes, ahora es una campesina la asesinada a manos de los guardas y serán 19 los procesados. El 29 de noviembre de 1914, en la finca Guadámez, otro bellotero de Zalamea de la Serena pierde la vida por los disparos de la Benemérita.

En noviembre de 1916, será Alburquerque la localidad donde se produzca un nuevo crimen: “la primera semana de la temporada se produce una fuerte confrontación entre la Guardia Civil y algunos obreros agrícolas que pretenden que la cosecha de bellotas en La Acotada sea un derecho comunal”. Los derechos de vuelo de todas las fincas incluidas en los Baldíos de Alburquerque, de la que forman parte 34.000 hectáreas, son comunales desde 1430, fecha en la que el infante don Enrique de Aragón entregara las tierras al pueblo y se estableciera la recogida comunal de la bellota. El segundo día en el que los campesinos vareaban y recogían la bellota se presentaron en la dehesa sesenta guardias civiles de Badajoz para impedir que continuaran con la recolección y dispararon sobre la multitud matando al jornalero Felipe Bautista Maya.

Villafranca de los Barros, en 1917, con 169 denuncias por parte de los guardas contra 824 rebusqueros y Malpartida de la Serena, localidad en la que 250 vecinos asaltaron la dehesa propiedad de la condesa y comenzaron la recolección, serán otros dos exponentes de la constante organización y pugna de los campesinos. No, no son delitos ni espasmódicas “rebeliones del estómago”. Es la expresión de una conciencia de clase creciente y de un pueblo que defiende la economía moral comunitaria frente al “molino satánico” del capitalismo.

La Segunda República, el principio esperanza

Campesinos de Zorita
fueron a los encinares
a coger esas bellotas
que ni los cerdos ya pacen,
los llevaba el hambre.

Con tres civiles, Juan Gómez
llegó a las tres de la tarde.
Un tiro arrancó tres ayes.

 Se les prometen los campos
y al campo van a matarles.
Promesa cumplida en sangre.

Romance a los campesinos de Zorita, Rafael Alberti, 1933

La II República nace con la promesa de la Reforma Agraria. Parece que el veterano sueño al fin ha tomado forma. La Reforma Agraria es la utopía concreta de regiones latifundistas como Andalucía y Extremadura, la gran esperanza, pero una esperanza que no permite dilaciones. El gobierno republicano aprueba una serie de normativas para paliar la situación de la población jornalera y en septiembre de 1932 promulga la Ley de Reforma Agraria. Pero, a pesar de la tibieza de las medidas, los grandes propietarios la boicotean sistemáticamente. Pasan los meses y el compromiso se va desvaneciendo, entre el legalismo del gobierno y las zancadillas de la patronal y la derecha.

Pronto los campesinos comprenderán que la Reforma Agraria sólo se abrirá camino con organización y con lucha. El pulso trágico no cesará ni un solo día. Víctor Chamorro resumió la pugna y la epopeya campesina durante la II República en “tres fechas consanguíneas”: la huelga general de junio de 1934, la ocupación masiva de fincas el 25 de marzo de 1936 y la matanza de Badajoz en agosto de ese mismo año. Pero esos tres momentos fundamentales –la derrota, el triunfo y la venganza–, se levantarán sobre un tapiz molecular de combates, pueblo a pueblo.

La batalla en las dehesas y en los montes, por la bellota y por la leña, se acompasará a las urgencias del hambre y a la pugna general por la Reforma Agraria. El golpe militar de julio de 1936 abortará la aprobación de la ley de rescate y devolución de los bienes comunales a los municipios, una norma que habría resuelto definitivamente el litigio bellotero. En el período  republicano se producirán hurtos y recolecciones colectivas en un gran número de pueblos. Y en algunos de ellos, como detalla Hortensia Méndez, irán acompañados de graves confrontaciones con la Guardia Civil. En Barcarrota, en 1931, “un grupo de vecinos se enfrentó a la Benemérita mientras esta conducía a prisión a tres detenidos por robar bellotas”; en el enfrentamiento resultaron heridas seis personas. En Granja de Torrehermosa y Talarrubias la Guardia Civil dispara contra los campesinos dejando algunos heridos y en Valverde de Leganés golpean a culatazos a dos obreros cuando se limitaban a recoger bellotas para mitigar el hambre.

Con todo, los hechos más graves sucederán en Campillo de Llerena, Jerez de los Caballeros y  Zorita, localidades donde la intervención de la guardería rural y la Guardia Civil causará víctimas mortales. Cabe reseñar por su trascendencia los sucesos ocurridos el 7 de noviembre de 1932 en Navalvillar de Pela. El telegrama enviado por el Gobernador Civil de la provincia al Ministro de Gobernación revela la densidad organizativa y política del movimiento campesino, la fortaleza de la comunidad que ha construido:

Ampliando información contenida mi telegrama 123, participo V.E. que mañana siete actual un grupo de cuatrocientos o quinientos obreros de la Casa Pueblo Navalvillar de Pela irrumpió en la dehesa Campillo, dedicándose hurtar bellotas; y al ser vistos por tres Guardias Civiles que practicaban servicio correrías, le requirieron abandonar frutos y su entrega a lo que se negaron llegando seguidamente dos guardas jurados dicha finca que se unieron Guardias Civiles. Inmediatamente los obreros rodearon fuerzas citadas y hablando la coparon arrojándose sobre ella hasta desarmarla, cachearla y despojarla municiones, credenciales. Acto seguido se presentó arrendatario dehesa a caballo y un obrero disparó contra aquel dos veces un fusil de los arrebatados a Guardias, sin que conste hiciera blanco, pues salió huyendo a galope”.

El telegrama continúa relatando cómo los obreros se dirigieron al pueblo y entregaron en el Ayuntamiento tanto a los guardias desarmados como las armas y municiones que portaban. Esa misma mañana llegaría al pueblo un capitán de la Guardia Civil con fuerzas de Villanueva de la Serena, procediendo a detener a 17 campesinos en medio de una gran tensión. El telegrama terminaba de este modo:

“Hasta ahora sin lamentables consecuencias, ánimos muy excitados, obreros estado levantisco por detenciones practicadas, solo ceden ante volumen fuerzas, pero puede ocurrir hechos luctuosos en momento traslado detenidos a cárcel partido judicial Puebla Alcocer, a disposición Juez Instrucción, si bien ordeno, para evitarlos, se haga aquel discretamente en momento oportuno y con gran cantidad de fuerza. Le saludo”

La posguerra, la pedagogía del hambre

Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,
los que entienden la vida por un botín sangriento:
como los tiburones, voracidad y diente,
panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.
El hambre, Miguel Hernández

Y tras la guerra, el hambre, losañoshambre, como escribirá Manuel Pacheco. “Se terminó la guerra,/ vino el Ayuntamiento que daba seis pesetas por derruir murallas./ Las manos me dolían con el pico y la pala,/Agosto era una brasa, /y vino el añohambre /y tuve que comer como las cabras”. Stanley Payne cifrará en 200.000 muertos los fallecidos por desnutrición o enfermedades derivadas de ello en los cinco años siguientes a la guerra. Tiempo de hambruna: la versión más brutal de la palabra hambre se acaba imponiendo, como señala el historiador Miguel Ángel del Arco. La dictadura justificará el hambre con tres argumentos: primero, las consecuencias de la guerra, después la pertinaz sequía y por último la autarquía, el aislamiento internacional. En esa situación las clases populares “multiplican las estrategias de adaptación frente al hambre”, explica el historiador David Conde.“Robar o estraperlar para comer, no es delito”, es la convención no escrita entre los humildes. “Una suerte de expiación cultural de la culpa determinó que este tipo de prácticas estuvieran implícitamente toleradas o reprimidas con escasa severidad”.

“El hambre de posguerra fue un fenómeno político”, sostiene Conde. “Aquella hambre fue una forma más de represión y control social a través de la que el régimen pretendió controlar y esquilmar a las capas menos privilegiadas y, probablemente, menos afectas con su política”. La rescisión y desahucio de los yunteros en las dos décadas posteriores a la guerra, la prohibición fáctica del rebusco o las dificultades establecidas para la práctica del respigueo abundan en la tesis defendida por David Conde. Los historiadores Sergio Riesco y Francisco Jiménez, por su parte, ahondarán en esa misma línea: “La justicia de Franco dejó a cientos de miles de familias sin sustento como represalia por su pasado republicano”. La prioridad, señalan era “la de restaurar el viejo orden agrario antes que paliar los efectos del hambre en el contexto de la carestía autárquica”.

Para llevar adelante esa política, para extirpar definitivamente el gen de la rebeldía y asentar con solidez la dominación de clase, el régimen pondrá en pie un formidable aparato burocrático-represivo. Guardia Civil, guardas rurales y guardas de bellota de los que dispondrán en las fincas grandes. El latifundio contará nada menos que con tres líneas de defensa. “En el caso de la Guardería Rural, tanto los guardas mayores o jefes de guarda, como los guardas de categoría inferior, deberían cumplir entre otros los siguientes requisitos políticos: ser militante de Falange de las JONS, carecer de antecedentes penales, haber sido informado favorablemnte por la Guardia Civil, además de saber leer y escribir (…) Este grado de fidelidad a los principios del Movimiento se exige todavía en 1955 a los guardas rurales”. José Antonio Pérez Rubio, en su excelente libro Yunteros, braceros y colonos analiza con minuciosidad el edificio económico y represivo que se está alzando. El número de guardas a pie o a caballo en Extremadura rondará durante toda la década de los años cincuenta el número de 1000 (unos 670 en Badajoz y 330 en Cáceres, como media).

Pero el contumaz campesino sin tierra, el bellotero incansable, desafía una y otra vez el feroz dispositivoSólo en el año 1952 el número de denuncias presentadas por los guardas rurales en Extremadura ascenderá a casi 35.000. Y todavía en 1963 el volumen de denuncias es escalofriante: 13849, una cantidad mucho más elevada que en otras regiones. La interpretación de los datos, según Pérez Rubio, no deja lugar a dudas: “en Extremadura están mejor organizados los aparatos burocrático-represivos, es donde se reprime con mayor fuerza los delitos en el entorno agrario y la región con mayor “conflictividad soterrada”. Sánchez Marroyo es también concluyente sobre las dimensiones del conflicto bellotero: “Se puede asegurar que a lo largo de la Historia Contemporánea, el comportamiento delictivo más frecuente en Extremadura, el que motivó la incoacción de mayor número de causas, fue el hurto de bellotas, de forma individual, aunque generalizada, en situaciones estables, y colectiva: en los momentos de quiebra social o institucional”.

La sincronía entre el poder político y los latifundistas es especialmente significativa en las montaneras, entre noviembre y febrero, coincidiendo con el período de maduración de la bellota. La vigilancia en las dehesas se incrementará de modo ostensible. Destacamentos de guardias civiles se instalan en las grandes fincas a requerimiento de sus propietarios, que se comprometen a pagar “un plus correspondiente al mantenimiento y alojamiento de esta tropa en los cortijos de las dehesas”. Sólo en Cáceres, en 1951, 118 guardias civiles serán destinados a este fin. El antropólogo Rufino Acosta, completa esa información, referida en este caso al otro extremo de la región, a la comarca de Tentudía. “Además de los guardas de bellota, encargados en exclusiva de intentar impedir el corriqueo, en algunos de los grandes latifundios estaban destacadas parejas de la Guardia Civil durante parte de la época de la bellota. En algunos de estos aún sigue conociéndose por el cuarto de los civiles la habitación donde paraban los guardas”. Corriqueros es el nombre específico con el que se denominará a los belloteros en

Sánchez Marroyo expurgará a conciencia las sentencias ejecutadas en la Audiencia Provincial de Cáceres durante el periodo objeto de nuestro análisis. Las conclusiones son demoledoras: los delitos contra la propiedad supusieron en la década de los cuarenta el 46% de los juzgados en total, llegando inclusive a un escandaloso 70% en el año 1942. Esto viene a demostrar “el paso ante los tribunales de justicia de miles de personas cuyo único delito -tipificado habitualmente como “hurto de campo”- había consistido en la mera sustracción de alimentos de primera necesidad”.

No pan arrodillado. Los belloteros, un testigo de dignidad

 No pan arrodillado. El hambre es cierta.
Qué sé yo por qué vivo, campanero,
pues no doblo mi cuello ante el negrero
látigo que restalla en mi alma abierta. 

Y no me arrastraré de puerta en puerta
como un perro a pedir pan pordiosero.
Si me muero de hambre, si me muero…
también irá conmigo el hambre muerta.

Pan, Luis Álvarez Lencero

La figura del bellotero se mantendrá hasta los años sesenta, Y ello a pesar de que, como señalaba Sánchez Marroyo, “el simbolismo subversivo que había tenido el bellotero resultaba especialmente proscrito en el nuevo orden”. En España, escribía Ehrenburg, “el pobre rebosa dignidad. Tiene hambre, pero es orgulloso. El fue quien obligó al burgués español a respetar sus andrajos”. Víctor Chamorro retrató también ese elemental grandeza de los humildes: “el extremeño se quita la gorra, pero no agacha la cabeza”.

Los años cuarenta, cincuenta e incluso sesenta del siglo XX dejarán otro reguero de damnificados. Es el libro negro e inédito del latifundio.  “Aunque en los años cincuenta hubiese descendido en intensidad respecto a la mucho más difícil década anterior, el robo de bellotas era una práctica muy generalizada entre los jornaleros cuando había necesidad, que solía ser cada tercer día y el de en medio: “Aquí íbamos casi todos. Menos los curas…” , asegura burlón Rufino Acosta y con él un campesino anónimo de la comarca.

Los datos que aporta Pérez Rubio, relativos solo a un año, 1955, y a nueve pueblos de la provincia de Cáceres pueden servirnos sin embargo para acercarnos al perfil de los denunciados y detenidos por el hurto de bellotas. El número de atestados de la Guardia Civil ascendió en este caso a 181 personas. La mayor parte de las cuadrillas detenidas están compuestas de tres miembros o menos, pequeños grupos de de ayuda mutua que comparten las tareas de recogida,  transporte y vigilancia. Dos datos importantes y reveladores: uno de cada cinco detenidos es menor de 15 años y el 28 por ciento son mujeres. El volumen de bellotas incautado a los jornaleros será ridículo: no pasará del quintal nunca y en la mayoría de los casos apenas alcanzará la cuartilla, o sea poco más de 10 kilos.

Logrosán, 18 de septiembre de 1949. “En virtud de lo acordado por el señor Juez Comarcal de la localidad, en el juicio de faltas que por denuncia de la Guardia Civil se tramita sobre hurto de bellotas, el 31 de octubre de 1947, en la finca Moheda, se cita a los inculpados Juan Fernández Cerezo, de 32 años de edad, casado, y a un hijo del mismo, llamado José Fernández, de 11 años, que manifestaron ser vecinos de Zorita”

Cáceres, 14 de marzo de 1950. El secretario del juzgado municipal, Ángel Álvarez Guerrera da fe de la sentencia contra la denunciada “Juana Bejarano Cordero, la que dijo ser de 26 años, casada, natural y vecina de Arroyo de la Luz, cuyas demás circunstancias se desconocen, como igualmente su paradero, por hurto de bellotas”

Son sólo dos espigas de la inmensa gavilla de la represión a los belloteros y a las belloteras. Una gavilla repleta de irredentas también, que guardaban las bellotas en los mandiles o aprovechaban la fiesta del Corpus, la fiesta de la Guardia Civil, para recoger el fruto tan necesario.

Somos las belloteras
que venimos de bellotas.
Porque venimos cantando
nos han llamado las locas.

Es el cántico de las belloteritas de Salorino, que ha recogido David Hernández Jiménez. Como en tantas otras zonas de Extremadura, muchas de ellas son cogeoras de día, al servicio del amo, y belloteras de noche, leales a sus familias.

Los campos de Extremadura, como los de Andalucía están llenos de sangre jornalera. Fernando Resmella Vizcaíno, jornalero de Alburquerque, acribillado por un guarda de campo nada menos que en 1955, cuando iba a rebuscar aceitunas para darle de comer a sus hijos. Juan Belecuco, jornalero de Quintana de la Serena, asesinado por un guarda, por el grave delito de entrar a coger una sandía a la finca. Campanario, Villalba de los Barros, Fuente del Maestre, son muchos los pueblos en los que se mantiene  el recuerdo de palizas y represalias contra los belloteros.

Francisco Moreno Romero. De 22 años de edad. Matado el día 5 de enero de 1947. Por la Guardia Civil, por un haz de leña, en el Ejido de San Juan. En recuerdo de su prima Rosenda Gahete León. Estas son las palabras que acompañan la lápida del cementerio de Granja de Torrehermosa, en la provincia de Badajoz. A Francisco Moreno le mataron por la noche, cuando volvía con una carga de leña para  que su familia pudiera defenderse del frío. Así lo recordaba Juan, un familiar de Francisco Moreno. “Le mataron cuando casi llegaba a su casa, en la calleja de San Juan. La Guardia Civil le dio el alto, él se asustó, quizás temía una nueva paliza, salió a correr y lo mataron por la espalda. Le llamaban Punciano. Mi abuela siempre hablaba de la noche que mataron a Punciano”.

Un haz de leña es lo que ha valido en Extremadura la vida de un jornalero. Recordar a los Resmella, a los Belecuco, a los Punciano. Y hacerlo no sólo para que su nombre no los borre la historia, no sólo para rescatarles del olvido. Recordarles también para alentar con su ejemplo la lucha de todos los espigadores y espigadoras, los rebusqueros, corriqueros y belloteras de nuestros días. A quienes luchan contra los cercamientos y alambradas de nuestro tiempo. A quienes bregan contra la privatización de la tierra y del agua, de la vivienda y de los saberes, de las semillas y de las vacunas. Nuestras vidas valen más que los beneficios de los poderosos.

25 de Marzo: honor y gloria a los belloteros, orgullo de Extremadura.

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