Las estratagemas del movimiento obrero europeo
Cómo sostener una huelga larga
A mediados de enero, se habían recaudado más de 4 millones de euros en apoyo a los trabajadores franceses movilizados contra el proyecto de reforma de las pensiones. Las cajas de solidaridad, surgidas en el siglo XIX, raramente han bastado para compensar las pérdidas salariales resultado de una huelga. Por ello, el movimiento obrero ideó, a lo largo del tiempo, multitud de subterfugios con los que encarar los conflictos largos.
- Cártel del Atelier populaire, antigua École des beaux-arts, 1968
El enorme movimiento de protesta que se vive en Francia contra el proyecto gubernamental de reforma de las pensiones se ha prolongado durante un extenso periodo que obliga a los huelguistas a hacer frente al precio de un largo conflicto (1). ¿Cómo afrontar las pérdidas salariales? A lo largo de la historia, los trabajadores europeos han ideado varias soluciones.
Una de ellas se fundamenta en la esperada solidaridad de los más allegados, de manera que la huelga pone de manifiesto la solidez de las comunidades profesionales –o sus defectos–. Un conflicto que se extiende a lo largo de varios meses presume la existencia de un poderoso movimiento de solidaridad, especialmente dentro de los grupos de trabajadores más homogéneos. Así pues, los movimientos de los mineros británicos de 1926, y posteriormente de 1984-1985, obligaron a las familias a recurrir a todo tipo de trucos y apaños. Las mujeres, entonces consideradas las “ministras de finanzas” de los hogares, estaban en primera línea y organizaban el avituallamiento, principalmente a través de envíos de alimentos procedentes de todo el país. Y los propios mineros no dudaron en matar para su consumo a animales criados por los “esquiroles” que no se unen a la huelga (2).
Muy pronto hay que recurrir a padres, amigos o a confiar en la comprensión de los comerciantes para obtener pequeños préstamos. Los ayuntamientos también pueden apoyar a los huelguistas, ya sea económicamente o mediante ayudas en especie. En Francia, a partir de la conquista de Commentry (Allier), que se convirtió en 1882 en la primera ciudad socialista, los ayuntamientos que se identifican con el movimiento obrero se enorgullecen de apoyar a “sus” huelguistas, al igual que las cooperativas de consumidores. Esta tradición se extiende especialmente durante las huelgas generales de 1936 y 1968, cuando, por ejemplo, los hijos de los huelguistas eran alimentados gratuitamente en los comedores escolares. No obstante, estas formas elementales de solidaridad, por cruciales que sean, resultan insuficientes y los trabajadores deben organizarse rápidamente para preparar la movilización y poder posteriormente plantar cara a la resistencia de los patronos.
Incluso antes de que las huelgas estuvieran autorizadas, las “sociedades de seguros mutuos” que aparecen en la primera mitad del siglo XIX, consagran parte de la cotización de sus miembros a la eventual compensación de futuras “coaliciones”. Estas formas elementales de fondos de huelga conocen un rápido auge con la estructuración del movimiento sindical (legalizado en Francia en 1884), incluso si las opiniones sobre esta cuestión permanecen divididas: en 1903, un delegado del congreso del Sindicato Metalúrgico los reprueba como “un combate desigual: la estúpida lucha del proletariado por un centavo frente a los millones del capitalismo” (3). Estos se desarrollan incluso en el seno de la Confederación General del Trabajo (CGT), partidaria de la acción directa. En 1905, existen 929 para unos 5.000 sindicatos. Los sindicatos que optan por cotizaciones importantes pueden llegar a acumular varios miles de francos destinados a indemnizar a sus afiliados que secundan las huelgas, que a menudo ocupan los empleos mejor remunerados, sin llegar nunca a compensar completamente las pérdidas salariales. En el Reino Unido y el Imperio alemán, la posibilidad de reunir un “fondo de guerra” muestra la capacidad de los trabajadores de gestionar presupuestos y economizar.
La organización de la solidaridad enseguida empieza a desarrollarse a gran escala. Desde su fundación en Londres en 1864, la Asociación Internacional de Trabajadores (o Primera Internacional) establece en su artículo 10 “el apoyo fraternal entre los miembros de la Asociación”, por lo general en forma de préstamos cuyo reembolso se convierte en una cuestión de honor para los trabajadores una vez terminado el conflicto. Esta solidaridad internacional crece a medida que las organizaciones laborales –cooperativas, sindicatos y partidos– se van estructurando, coincidiendo con el aumento de la duración media de los conflictos y con el surgimiento de algunas huelgas que se convierten en símbolos de una lucha de clases cada vez más escabrosa: la de los mineros de Anzin y Decazeville en 1884 y 1886, la de los estibadores de Londres en 1889 y la de los trabajadores del sector textil de Crimmitschau (Alemania) en 1903-1904. Para la huelga del puerto de Londres, que en agosto y septiembre de 1889 involucra a un centenar de miles de trabajadores, los fondos de solidaridad en el Reino Unido se recogen durante reuniones, partidos de fútbol y acciones de solidaridad. Se complementan con las contribuciones procedentes de Francia, Alemania, Estados Unidos y, especialmente, de Australia, desde donde los trabajadores portuarios envían la considerable suma de 30.000 libras esterlinas, es decir, dos tercios del dinero recaudado (48.000 libras esterlinas) (4).
Siendo el dinero el nervio de la guerra, su recaudación pasa a través de la emisión de suscripciones divulgadas por la prensa obrera. En Francia, en la década de 1880, Le Cri du peuple lanza veintidós programas de suscripción y consigue recaudar la bonita suma de 70.000 francos para los mineros de Decazeville. Estos donativos ofrecían la oportunidad a los trabajadores de tomar la palabra. De este modo, en 1886, se suscriben al periódico y escriben en él “un amigo de Basly [Calvados], uno que querría que todas las minas pasasen de nuevo al Estado, un socialista que anhela la revolución social, (...) un descendiente de Cabet (5) que desearía una Nueva Icaria en Francia, un minero en la miseria, la mujer de un socialista que querría ver a todos los capitalistas colgados de la farola” (6).
Los fondos recaudados, a veces muy significativos, muestran que los contribuyentes no pertenecen únicamente a la clase trabajadora y que se crean alianzas tanto políticas como sociales. De este modo, con motivo de la huelga en la que participan 1.350 mujeres para exigir un aumento salarial y una pausa para el almuerzo más larga en Crimmitschau, un enorme movimiento de solidaridad permite recaudar más de 1,2 millones de marcos. Los intelectuales se movilizan en apoyo de las huelguistas, entre los que se encuentra la feminista Alice Salomon, que escribe: “Las trabajadoras de Crimmitschau están luchando no por alimentos o por un refugio, sino por su vida familiar, por sus hogares, por el derecho de cuidar a sus hijos y criarlos para que se conviertan en adultos honrados. Luchan contra los riesgos para la salud de las mujeres y para la próxima generación” (7).
Se esboza así una tradición, según la cual intelectuales y artistas toman partido a favor de los trabajadores. Actores, cantantes y artistas vienen a actuar a las fábricas ocupadas y a animar a los huelguistas a mantenerse firmes, como es el caso de Jacques Prévert y el grupo Octobre (8). Otros actúan en una gala o donan los ingresos de un concierto: Colette Magny y Paco Ibáñez participan en el comité de apoyo a favor de los trabajadores inmigrantes de la fábrica Peñarroya en 1972, junto con Michel Foucault, Yves Montand, Simone Signoret, Georges Moustaki y Simone de Beauvoir. En marzo de 1979, el propio Johnny Hallyday, invitado por los trabajadores metalúrgicos de la Lorena a visitar sus fábricas, les dona los ingresos de su concierto. Treinta años más tarde, en abril de 2018, Bernard Lavilliers canta en apoyo de los trabajadores bajo la amenaza de despido de la planta Ford de Blanquefort.
Para hacer frente a una huelga prolongada es igualmente necesario compartir los escasos recursos disponibles. En el verano de 1840, marcado por una oleada de huelgas en París, se crea un comedor social con una capacidad para servir mil comidas diarias con el apoyo de sastres franceses y británicos, así como de los tipógrafos parisinos. En Reims, en 1880, los huelguistas pueden abastecerse de alimentos en económicos establecimientos de beneficencia. Más tarde, a principios del siglo XX, se multiplican los comedores comunistas (9).
Sin embargo, en el otoño de 1906, en Verviers, Bélgica, los huelguistas se dan cuenta de que una ciudad en huelga funciona como una ciudad sitiada, de la que deben evacuarse las bocas inútiles y, en primer lugar, a los más jóvenes. Así comienza el envío de niños a Bruselas, Lieja, Gante o Amberes. Esta espectacular medida se adopta inmediatamente en Fougères, Bretaña. Durante este movimiento de 103 días, en el que los trabajadores se oponen a un despiadado empresariado que clausura temporalmente las fábricas (lock-out), el comité de huelga organiza la salida de quinientos niños. Uno de ellos explica: “En casa teníamos poco que comer. Un día, sin decir nada a mis padres, fui al Mercado para inscribirme en la siguiente marcha; había recogido a la salida de la escuela a la mayor de mis hermanas para que pudiésemos irnos juntos. Durante unos días mantuvimos el secreto, pero un sábado por la noche, dos hombres del comité de huelga vinieron a avisarnos de que nos íbamos al día siguiente. Nunca olvidaré ese conmovedor momento cuando me fui, en contra de la voluntad de mis padres, que lloraban. Fuimos a Saint-Nazaire. En la plaza de la estación, miles de trabajadores nos estaban esperando. Estaba acostumbrado a escuchar cantar La Internacional, pero ese día, con mi maletita y mi mirada lastimera, la emoción era absoluta” (10).
Asimismo, poco después, en abril y mayo de 1907, los trabajadores de Terni, en Umbría, movilizados en contra de un reglamento draconiano y frente a un cierre patronal, recurren a este método de lucha: 370 serratini (los “pequeños del ‘lock-out’”) son enviados a Génova, Spoleto, Foligno o Roma, y se compone una canción para ellos (11). En los años siguientes se producen de nuevo evacuaciones de niños con motivo de las huelgas de Graulhet (Tarn) en 1909-1910 y Piombino (Toscana) en 1911, pero también durante la gran huelga de los mineros en otoño de 1948 en Francia. De nuevo, en 1984-1985, algunos niños ingleses pasan sus vacaciones en Nord-Pas-de-Calais, donde son acogidos por las familias de los mineros franceses.
Por último, la modalidad de resistencia más original es, paradójicamente, la de trabajar... pero de manera diferente. En Marsella, a partir de 1845 surgen tentativas en este sentido: los zapateros organizan paros masivos a la vez que intentan crear una cooperativa de productores. Pero las huelgas productivas se desarrollan principalmente después de 1968. En la fábrica de relojes Lip de Besançon, los trabajadores, que se niegan a aceptar el plan de despidos, inventan un tipo de acción asombrosa: venden un stock de relojes ya fabricados, ocupan la fábrica y producen cambiando parcialmente la organización. Una pancarta colgada en la fachada resume su acción: “Sí se puede. Fabricamos, vendemos y cobramos” –arriesgándose a infringir la ley–. Roland Vittot, un delegado profundamente involucrado en esta movilización, explica la enorme popularidad de la que gozaron los “Lip” por aquel entonces: “Si los obreros de todas partes vienen o nos llaman, creo que es porque lo que hacemos se corresponde con sus más hondas aspiraciones. Se han estancado como nosotros frente a un conflicto, una huelga, y temen morir porque no tienen recursos; pero, por fin, unos chicos han encontrado una fórmula para aguantar en huelga” (12).
La huelga productiva evita el estrangulamiento financiero. Durante los años sucesivos, surgen en Francia una veintena de movimientos de este tipo, igual que en el Reino Unido y Bélgica, cuando comienza a percibirse la amenaza de la desindustrialización. Los huelguistas se centran en artículos que pueden fabricarse y comercializarse fácilmente: camisas y mantas en la industria textil o muebles en el sector maderero (13). Frente a este riesgo de toma de control de las fábricas, la patronal, organizada desde tiempo atrás contra las huelgas, de las que se protege a través de los seguros, lucha con todas sus fuerzas contra estas iniciativas.
En un momento en el que la arrogancia de la clase dominante se traduce en su rechazo a escuchar la furia de la gente, tal vez sea útil recordar estas limitadas armas forjadas por el movimiento obrero para mantener una huelga durante un periodo prolongado y –¿quién sabe?– vencer de nuevo.
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(2) Para leer un testimonio vivo y desgarrador, cf. Jenny Devis y John Devis, Un peu de l’âme des mineurs du Yorkshire, L’Insomniaque, Montreuil, 2004.
(3) Citado en Maxime Leroy, La Coutume ouvrière, Girard et Brière, París, 1913.
(4) Nicolas Delalande, La Lutte et l’Entraide. L’âge des solidarités ouvrières, Seuil, París, 2019.
(5) Étienne Cabet (1788-1856), pensador político francés que vivía en St. Louis (Misuri), autor en 1840 de Viaje a Icaria, descripción de una sociedad ideal que intentaría fundar unos años más tarde.
(6) Michelle Perrot, Les Ouvriers en grève. France, 1871-1890, Mouton, París-La Haya, 1973.
(7) Citado en K. Canning, Languages of Labor and Gender: Female Factory Work in Germany, 1850-1914, University of Michigan Press, 2002.
(8) Compañía de teatro, 1932-1936.
(9) François Jarrige, “L’invention des ‘soupes communistes’ en France (1880-1914)”, de Thomas Bouchet y otros (bajo la dir. de), La Gamelle et l’Outil. Manger au travail en France et en Europe de la fin du XVIIIe siècle à nos jours, L’Arbre Bleu, Nancy, 2016.
(10) Carta de Joseph Fournier a Jean Guéhenno, 28 de noviembre de 1952. Citado en Claude Geslin, Le Syndicalisme ouvrier en Bretagne. Jusqu’à la première guerre mondiale, vol. 1, Presses Universitaires de Rennes, 2014.
(11) Alessandro Portelli, Biografia di una città. Storia e racconto: Terni 1830-1985, Einaudi, Turín, 1985.
(12) Charles Piaget et les Lip racontent, Stock, París, 1973.
(13) Michael Gold, “Worker mobilization in the 1970s: Revisiting work-ins, co-operatives and alternative corporate plans”, Historical Studies in Industrial Relations, n.° 18, Liverpool, 2004; Nicolas Verschueren, Fermer les mines en construisant l’Europe. Une histoire sociale de l’intégration européenne, Peter Lang, Bruselas, 2013; Xavier Vigna, L’Insubordination ouvrière dans les années 68. Essai d’histoire politique des usines, Presses Universitaires de Rennes, 2007.
Xavier Vigna